Una escritura y el rumbo de las cosas. Mensajes en botellas reflejados en los ojos de alguien. ¿Tus ojos?
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1 de junio de 2009
Robert Graves revisited
Después de un finde con siesta bajo los robles, música de viento y cantos y alas, camino por las montañas, y pensamiento ingrávido bajo el paso de las nubes, como una cosa lleva a la otra, se pasa al Hanes Taliesin, y a William blake y los dioses antiguos, y de ahí a lo natural: sacar de la estantería La diosa blanca, aquella gramática histórica del mito poético.
Las manos acarician páginas amarillentas, o más bien amarillecidas, que conservan los rastros de mil lecturas, los frenazos de aquellas primeras lúcidas colisiones, porque el volumen fue como un CERN para aquel adolescente lector en el que aún me reconozco. Partículas elementales, rastros perdidos, huellas de latidos en senderos muy borrosos. O no. Que la distancia es una barrera de jazmines.
El hilo arranca de la reciente muerte de Ullán, de sus versos maravillosos y del recuerdo de la difícil convivencia de la palabra poética, absoluta diosa blanca anicónica, con la palabra de poder, como la llamaba Valente, o con el sencillo manantial de los días apalabrados, borrándonos en cada trago dicho... O no. Que la voz sigue susurrando idénticos conjuros al mismo centro extrañado. ¿A quién? ¿A qué?
Calderilla de los días, tesoros entre las páginas, pétalos gastados, evocadores, cómo algo tan leve como el ala de una mariposa puede marcar la piel con fuego. Tatuajes, vida, nombres en niebla, que una palabra verdadera o exacta echa a volar en bandada. Y el silencio. Incendio desde la misma chispa idéntica, que, oscuramente, se repite.
El tiempo sigue siendo una entelequia, a veces lo parece. Basta con no dejar de escuchar del todo al loco que fuimos. Basta con acercar la mano al fuego, olvidando la forja. Hay metales preciosos, que empuñamos, que circundan un deseo palpitante. Aún, abrir el día con la posibilidad de volar, montar un dragón de palabras, ser música, mirar a los árboles con vida, los que resisten, dejar el corazón sonando como un tambor atávico, soñando como un tambor bajo agua quieta.
Origen, big bang de una salmodia de luz que nos acompaña, el pensamiento. La canción, antes. El canto precedente, cayendo sobre el agua en vacío.
Entonces encontré el vídeo de la estatua creando ese vacío sobre el agua y el fuego. Buscándo una palabra en nuestro aliento. Ave!
¿A quién? No tengo un nombre y aunque lo intuya erraría. Hay días en que aún lo llamo La diosa blanca devotamente
13 de mayo de 2009
Todo el día a media asta...
Después de todo el día a media asta por la muerte de Antonio Vega... y de leer a Manuel en ABC que ha construido su crónica sobre una alfombra de chispas de palabras chocando contra recuerdos, y después de esta visión de todo el pasado en una décima de segundo -tan agridulce- de Albiac, me vinieron muchas historias a la cabeza, senderos que cerraron como las cicatrices.... etc, etc...
Tuve que correr
cuando la vida dijo: "ve"
No hubo manera de pararme
Correr que fue volar
Beber de un solo trago todo el mar
Y no sació mi sed el agua
Tomé el sendero sin saber
que me alejaba para no volver
Dulce como miel
probar el roce de su piel
Ella en el suelo, yo en el aire
Dulce pero cruel
llenó mi mundo de papel
Jamás pensé que llegaría a helarme
Que perdería el calor
y con el tiempo la razón
En el camino tropecé
con esa piedra desde la que arranqué
Tomé el sendero sin saber
que me alejaba para no volver
En el camino encontré
lo que jamás pensé tener
Tuve que correr
cuando en el viento pude oir
que igual que vine habría de marcharme,
que como vine habría de marcharme
Ya se acerca la estación nevada,
bajo y cumplo años de pasada,
y una estrella más.
Se dibujan los colores,
vivos en la magia de las flores,
en la luz vital.
Rodeado de equipajes
que se pierden entre viaje y viaje,
queda recordar.
Y por ésto vivo el día,
día simple, día claro,
vivo al menos sin temores,
sin el miedo de gozar.
Cada pueblo, cada puente,
cada cruce me ha enseñado,
que con hoy es suficiente.
Sombra que un día desapareció
se fue a asustar a los niños.
Sombra que alguna vez se rebeló
ante el juez que a las dos dimensiones la condenó.
Busqué una sombra bajo un sol cruel
y fui engullido por ella.
Así de la pared se despegó
en un mundo de sombras (?) me sumergió.
Vi un pasillo hacia la luz
un túnel por el que corrí.
Mis pasos iban hacia ti
que no llegabas, y llegaste al fin.
Por cada sombra en la pared
mi alma busca su forma de ser.
Por cada sombra sin pared
un alma sufre el mal del ser infiel.
Sombras perdidas en la multitud,
la multitud de las sombras,
entrecruzadas vuelven a tejer
esas formas alargadas del atardecer.
Hay un pasillo hacia la luz
un túnel por el que correr
guié mis pasos hacia ti
que no llegabas, y llegaste al fin.
Por cada sombra en la pared...
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Caleradas,
El viento en las ramas,
Silencio/ Música,
Tiempo muerto
26 de febrero de 2009
¡Qué vida! Descanso con música rápida
Como en los concursos de pintura rápida, el otro día me concedí una hora (en realidad 70 minutos) para componer algo, un scherzo electrónico, un jueguecillo con el ordenador y el teclado. No daba tiempo a más que a poner una base y a sumar capas y texturas sobre ella. Aunque imperfecto, el resultado, una vez vencido el pudor, puede tener cierta gracia.
Nada del otro mundo, puro divertimento de este mundo, ganas de volar y de compartir una mirada. Creo que lo repetiré, más acústicamente, ya puestos. ¡Qué descansada vida!
Nada del otro mundo, puro divertimento de este mundo, ganas de volar y de compartir una mirada. Creo que lo repetiré, más acústicamente, ya puestos. ¡Qué descansada vida!
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Caleradas,
El viento en las ramas,
Silencio/ Música
6 de agosto de 2007
Marañas de vencejos (y golondrinas)
Aunque de poca resolución, este vídeo dará idea de la aglomeración de pájaros, sobre todo vencejos y golondrinas, bajo la cual es realmente gozoso tumbarse, como ya se refería en una entrada anterior.
El lugar en el que esta maravilla se repite cada verano es la laguna de Pedrosillo, cerca de Salamanca. Por cierto la música que suena la grabé hace algún tiempo de la radio, creo recordar que es de Sufjan Stevens.
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Mirando al cielo,
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Vuelo con Clavileño
14 de junio de 2007
El poder de la música
A los lectores de "Kafka en la Orilla" esta música les sonará, el andante cantabile del trío en si bemol, Op. 97, "Archiduque", de Beethoven, en versión de Baremboin/ Du Pré/ Zukerman -aunque en el libro la versión era del Trío del Millón de Dólares-. El vídeo es de un estudiante de audiovisuales que imagina, en su trabajo de clase, cómo serían los títulos de una película sobre el libro de Haruki Murakami.
El poder de la música: poder de evocación, de (r)evolución y de superación, algo que nos afina, se refleja en esta pieza. En la novela -en japonés "Umibe no Kafuka"- hay un personaje que es un hombre simple y que visita repetidamente un café donde se escucha esta pieza. Y el camionero crece, se llena de matices, se hace más fieramente humano ante los ojos del lector.
Por eso la elegí, esta música, entre otras maravillas, para una invitación de Radio Clásica (en este link se oye). Se emitió el domingo 17, a las 21 horas, en Juego de Espejos, el programa de Luis Suñén, al que fui invitado y para elegir unas músicas -no todas clásicas- y charlar un ratito sobre ellas.
Podéis oírlo aquí:
Estuvieron este precioso Beethoven -por supuesto-, un Bach francamente alegre, un Haendel íntimo y cool, la emoción infinita de Tomás Luis de Victoria, los versos de John Donne -más actuales y vivos desde luego que los de Sabina- en viril y sensible canción isabelina, y también el blues de los sefardíes de Salónica, los cuplés de Erik Satie, los manantiales del Rhin de Wagner, el desierto inmisericorde de Clint Eastwood y los caminos infinitos de Antonio Vega. Ahí es nada, debe ser la primera vez que el de la chica de ayer suena en esa emisora.
Es el poder de la música. A mí me gusta toda, incluso el ruido.
And the rest is silence.
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Es la mar,
Silencio/ Música
13 de junio de 2007
Los viejos "barroqueros" nunca mueren

La noticia es el premio Príncipe de Asturias de las Artes a Bob Dylan. Merecido y digno de profundizaciones varias, culturales, populares, consistentes, sorprendentes.
Dicen que los viejos rockeros nunca mueren. Y, antes que ellos, los del barroco: los viejos barroqueros, que tampoco se acaban. ¿Por qué? Os lo diré si seguís leyendo.
Tómese el último disco de Bob Dylan y escúchese el blues del trabajador, el Workingman's blues. Mientras se oye, sílbese el canon de Pachebel. ¿Increíble? La armonía es exactamente la misma, como si la canción tuviese un link hacia el clásico.
Pero tampoco sorprende tanto, si también es capaz de coger un canto de esclavos como Nettie Moore y transformarlo en una desesperada y universal canción de amor

1 de junio de 2007
El mar, además de tesoros...
Impresionante secuencia. Y como dice Blake:
Árboles, pájaros, bestias y hombres contemplan sus dichas imperecederas.
¡Incorporaos, alitas oblicuas, y cantad vuestra dicha infantil!
¡Incorporaos para beber vuestra bendición, que todo cuanto existe es sagrado!
De tal modo canta cada mañana Oothoon. Pero Theotormón permanece inmóvil
junto al océano, conversando con las horrendas sombras.
Las hijas de Albión escuchan los lamentos de Oothoon y devuelven en eco sus suspiros
Visiones de las hijas de Albión. Versión de Pablo Mañé
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11 de abril de 2007
Una o dos voces para la revolución tranquila
Unas fotos de la cantante rastreadas en la red
Acaba de empezar. Corre la fama de Kate Walsh. Al contrario que casi todos, la chica dice que no tiene iPod, ni enchufa la tele desde hace casi un año. Cuenta 23 primaveras y canta como el ángel fieramente humano. Signo de los tiempos, ha grabado unas canciones en casa de su amigo músico y multi-instrumentista (las dos cosas, debe ser) "Tim" y ahora actúa y vende su música en internet, número 1 en iTunes.
Su amigo y ella se han tomado en serio producirlas limpiamente con los medios que los ordenadores ponen hoy a disposición de todos. Lo han hecho a su gusto y no al de una casa discográfica más reconocida y gracias a ello han ganado toda la libertad que querían. El resultado es impresionante. Las canciones son desde luego más hermosas que caseras, nos conmueven, y están en un disco llamado así: "Tim's house", la casa de Tim, faltaría más. La propia autora dice que han sido pensadas, creadas o sentidas en largas horas de paseos por una playa o sencillamente sentada. Nada de iPods, ni loops. Estamos intramuros de The quiet revolution.
Papá escuchaba clásica y Pink Floyd, nos dice Kate Walsh. Y mamá tocaba el piano mientras adoraba a Hendrix, Beach Boys... La muchacha estudió piano desde los 5 años. Sus tíos maternos -le viene del palo la astilla- estaban metidos en músicas experimentales de la galaxia electrónica. Ahí es nada. Pero fue el impresionista francés Claude Debussy quien introdujo el veneno musical con el que ahora ella misma nos alimenta: le dio, según sus palabras, el gusto melódico...
Mis canciones, prosigue, hablan de crecer en una pequeña ciudad y de mis males de amores. No alardea de una vida amorosa exuberante, sino de haberse dejado enriquecer, del compromiso con la vida que supone haber apurado los vientos hasta el fin de los suspiros y hasta la espuma las mareas del amor que le llegaban... A todo sí.
Lo mejor es que pudo continuar sus estudios musicales superiores en The London College Of Music and Media in Ealing. Y pronto hubo incluso quien se ofreció a producir sus canciones, pero escamada de las generaciones OT que se soterran unas a otras en fosas comunes del consumo musical, o que entran una tras otra en el siguiente vagón de camino al olvido sin rozarle, sin erizar el vello a alguien, decidió incluso dejar la escuela que tan amablemente le ofrecía el pacto con el diablo y prefirió volar con sus propias -y qué hermosas- alas. Y ahora ha llegado solita al lugar exacto donde quería estar.
Hay mucho más que contar, pero quien quiera saberlo que busque en su web de myspace o ...en la otra
Postdata: Y para quienes gustan de esta pequeña y tranquila revolución, resulta también recomendable la voz de otra mujer, española, que graba sus canciones en su propia casa y se llama EstherLo. Quién sabe cuánto oiremos hablar de ella.
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Silencio/ Música,
Tiempos míticos
12 de febrero de 2007
Los ritos de Matsu
Matsu, diosa del Mar en China tiene un templo precioso en Tainan, al sur de Taipei. Allí, al entrar, nos sorprende esta letanía cantada para purificar el templo y alejar del recinto a los malos espíritus. Sólo teníamos a mano la cámara de fotos, pero el sonido es aceptable y la imagen da una idea de la riqueza del templo y de la intensidad del momento.
Apenas con pequeñas campanas vibra todo el aire dentro del templo, las mujeres giran sobre sí mismas, repetidamente invocan a la diosa y preparan el templo para la gran fiesta. Matsu es la diosa a quien sirven otras deidades, como los dioses que representan a los cuatro mares conocidos del orbe chino. La diosa prometió un día hacer todo lo posible para que nadie vuelva a perecer en un naufragio.
Por eso debemos pedirle que nos sea propicia, también aquí, en el mar del tiempo.
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H i s t o r i a de M A T S U
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Según afirma Luis M. Chong en su blog, Matsu tiene una variedad de títulos que fue adquiriendo a través de los siglos: Santa Madre en los Cielos, Concubina Celestial, y Emperatriz Celestial. Es la protectora de la gente común y eso la convierte en una deidad popular.
En China, muchos dioses parten de una historia real y esta es la de Matsu, siguiendo a Luis M. Chong:
"Era una sencilla muchacha que nació en el pueblo de Meizhou, una pequeña isla en la provincia de Fukien, China continental. Su nombre real era Lin Mo-niang y ella era muy piadosa con sus familiares y vecinos. Según los registros que se conservan en muchos templos, ella salvó muchas personas, incluyendo a su padre y hermanos, de perecer en medio de terribles tormentas. Su antepasado más remoto es Lin Lu, un funcionario de la dinastía Tsin (265-420) que fue enviado por el Emperador para ocupar el cargo de prefecto de la ciudad de Foochow en el año 325.
De acuerdo con la tradición popular, Lin Mo-niang fue llevada a las nubes en el noveno día del noveno mes lunas del año 987, cuando tenía apenas 27 años de edad. El fenómeno ocurrió en la cima del Monte Meifeng, cerca de su pueblo natal y ella se transformó en una diosa.
El más antiguo de los templos dedicados a Matsu en el área de Taiwan no se encuentra en la isla principal, sino que está en el cercano archipiélago de las Pescadores (Penghu). En este grupo de diminutas islas se encuentran más de 140 templos, pero el más importante de ellos es el Templo Tienhou, dedicado a la deidad guardiana de los mares.
El Templo Tienhou fue construido a inicios de la dinastía Ming (1368-1644), y se le considera como el edificio religioso más antiguo que se haya construido en Taiwan. En 1563, tras el triunfo en una batalla naval contra los japoneses, el entonces Templo de Matsu fue expandido por primera vez. Posteriormente, fue renovado y agrandado en 1592, cuando el ejército de la dinastía Ming obtuvo otra victoria sobre los japoneses. Finalmente, cuando los holandeses fueron expulsados de Penghu en 1624, fue renovado otra vez.
En 1683, las fuerzas manchúes bajo el mando del almirante Shih Lang atacaron Penghu y destruyeron el último reducto de la resistencia de los grupos leales a la derrocada dinastía Ming. Al desembarcar, Shih acudió al templo para agradecer la ayuda de los dioses. En su informe al Emperador, Shih reclama que cuando entró a la nave principal del templo, la cara y el vestido de la diosa estaban empapadas con sudor, siendo señal que ella le había ayudado en su campaña contra los rebeldes que rehusaban aceptar el mandato de la nueva dinastía.
Al año siguiente de la victoria, se emitió una proclamación imperial elevando a Matsu a la posición oficial de Tienhou o "Reina del Cielo". Con tal proclamación se confirió el nombre que actualmente lleva el templo y el reconocimiento oficial de la deidad aumentó la devoción en el pueblo y la importancia de los templos dedicados a ella.
Existen más de 200 templos de Matsu en Taiwan, y el Templo Chaotien es considerado como uno de los más importantes sitios dedicados a la deidad en la isla. Todos los años, cientos de miles de fieles acuden al sitio en primavera para participar en las celebraciones del cumpleaños de la protectora de los mares.
Las celebraciones, que suelen durar una semana, tienen como punto de partida el Templo Chenlan, ubicado en Tachia, distrito de Taichung. La impresionante procesión tiene un recorrido total de 372 kilómetros y pasa a través de los distritos de Taichung, Changhua, Chiayi y Yunlin, antes de retornar al templo en Tachia. En el trayecto, la imagen de la diosa visita alrededor de otros veinte templos dedicados a ella.
2 de agosto de 2005
Extraordinarios
Después de un asombroso reconocimiento literario a su espíritu indómito, que le llevó a la corte imperial de los Tang, Li Bai, o Li Po "cayó" enredado en las intrigas de cortesanos ávidos y envidiosos. Marchó al exilio y su espíritu salvaje volvió a fluir libremente bajo lunas inalcanzables. Afable y solitario, amigo de los ríos y de la Vía Láctea, Li Bao gastó su vida bebiendo y regalando sus poemas.
De su visión fugaz del mundo y de sus incandescentes descripciones del amor y de la soledad poco se puede añadir. Nunca huyó de la dulzura, pero trató de endulzar el amargo regusto de la vida con buen vino, en exceso tal vez. Y ese punto contrasta con su testimonio vital, que nos orienta hacia las poéticas de la retracción, tan propias entre sus contemporáneos taoístas y entre las que, una vez más, Li Bao resultó inclasificable. Y dice el Tao: retírate una vez realizada tu labor.

Li Po (Li Bai) murió borracho, quiso beber la luna en el río Amarillo
Bebiendo solo con la luna
(Versión libre)
Alzo mi copa entre las flores.
Bebo solo, no hay nadie junto a mí--
aun así brindo con la luna.
Con mi sombra, somos tres.
Aunque la luna no bebe, y mi sombra en vano me sigue,
somos tres compañeros un instante
y resuenan nuestros brindis en el palacio de la primavera.
Canto. La Luna me da aliento.
Y bailo, hasta que mi sombra vacila.
Desde que recuerdo, fuimos compañeros.
Pero ahora estoy borracho, y todos nos perdemos.
¿Es que no hay nada seguro? ¡Sombra! ¡Luna!
¡Nos veremos, en algún lugar del río
bajo el camino de estrellas!
De su visión fugaz del mundo y de sus incandescentes descripciones del amor y de la soledad poco se puede añadir. Nunca huyó de la dulzura, pero trató de endulzar el amargo regusto de la vida con buen vino, en exceso tal vez. Y ese punto contrasta con su testimonio vital, que nos orienta hacia las poéticas de la retracción, tan propias entre sus contemporáneos taoístas y entre las que, una vez más, Li Bao resultó inclasificable. Y dice el Tao: retírate una vez realizada tu labor.

Li Po (Li Bai) murió borracho, quiso beber la luna en el río Amarillo

Bebiendo solo con la luna
(Versión libre)
Alzo mi copa entre las flores.
Bebo solo, no hay nadie junto a mí--
aun así brindo con la luna.
Con mi sombra, somos tres.
Aunque la luna no bebe, y mi sombra en vano me sigue,
somos tres compañeros un instante
y resuenan nuestros brindis en el palacio de la primavera.
Canto. La Luna me da aliento.
Y bailo, hasta que mi sombra vacila.
Desde que recuerdo, fuimos compañeros.
Pero ahora estoy borracho, y todos nos perdemos.
¿Es que no hay nada seguro? ¡Sombra! ¡Luna!
¡Nos veremos, en algún lugar del río
bajo el camino de estrellas!
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Por (a-e-i)lusiones,
Silencio/ Música,
Traducciones
17 de julio de 2005
De Madrid al cielo de Vega y Orión
Aún no era de noche. En pleno atardecer del sábado Antonio Vega subió al escenario del Conde Duque, «a la hora de las sombras largas, donde nacen los hechizos», y presentó en los Veranos de la Villa su último disco: «3.000 noches con Marga», un mar redondo de amor, pero también un océano de sol y soledad, que el fundador de Nacha Pop dirige directamente al cielo, a la constelación de Orión.
Delgadísimo, casi invisible entre la densa música, y algo encorvado, Antonio se encaramaba al mástil fiel de su guitarra, concentrado, casi sin hablar al principio; apenas un «hola, chicos» cuando llegó a escena. Abría fuego con un tema ya viejo, «Anatomía de una ola». A apartir de este punto Antonio y su grupo realizaron una sabia mezcla de las canciones de su último disco con otras ya clásicas, casi todas gobernadas por los vientos del amor.
Al principio el público los recibió con alguna frialdad. Antonio empezó vuelto hacia sí mismo, parado, con movimientos seguros, aunque mínimos, sobre la guitarra. Pero llenándolo todo con su cálida voz. Como un capitán Ahab persiguiendo su imposible, Antonio timonea lo que de lejos pudiera parecer una nave desvencijada pero que, de pronto, despliega las alas insólitas, grandes, inmensas de su música y —a toda vela, a toda Vega— alcanza los círculos lejanos de las estrellas donde vuela algún «Ángel de Orión», porque aún envía allí su amor por Marga.
Y así, mientras la noche se extendía viajamos por la banda sonora de nuestra propia vida y llegamos hasta donde alguna vez «nos llevó la imaginación con los ojos cerrados». Fueron las primeras notas de «El sitio de mi recreo» el punto de inflexión que hizo estallar en aplausos entusiastas a los miles de personas que mostraron el cariño muy especial de Madrid por Antonio Vega. Para entonces la noche era rotunda y lucía un buen puñado de estrellas. Entre Vega y Orión, sobre el cielo de Madrid, se abrían ya los «Caminos infinitos»: «Se amontonan tantos años, uno a uno y diez a diez, la luz de la mesilla ilumina hoy letras de ayer...»
Escamas de la soledad
Muchos y célebres amigos del cantante no se quisieron perder el concierto. Pero el Conde Duque rebosaba, y él seguía desgranando canciones, como «Pasa el otoño»: «Atados manos y pies al corazón que fui fiel ojalá me condenaran a la niñez». Antonio fue recorriendo sin pausa su vida hecha música entre el pasado de «Me quedo contigo», «Se dejaba llevar por ti» o «Elixir de juventud», la luminosidad de «Pueblos blancos» y la premonición de «Cada sombra en la pared» —«sombras perdidas en la multitud, la multitud de las sombras», un guiño a la oscuridad a ritmo de swing, con cuarteto de metales que se sumó a la formación en la que destacaba su siempre seguro y fiel Basilio Martí—. Así la nave nos llevó hasta los límites de un «Océano de sol».
En el Conde Duque, Antonio iba gastando púas, como quitándole escamas a su soledad, y cada vez miraba más directamente a la grada, que le jaleaba con mucho afecto. Él, chico solitario, lanzaba las púas rotas, las escamas de su soledad, hacia un público entregado, como regalos que acompañaba con una sonrisa. Parecía un niño que tirase piedrecillas a un estanque, a uno de los misteriosos lagos del tiempo, porque un día cualquiera no sabes qué hora es...
Y pareció que mirase crecer los círculos en ese agua que lava los años con canciones y empapa nuestros poros, y rompe el sueño y la soledad, otros amores, discos que abrazan y luego circundan de silencio e inteligencia las palabras. Y estuvo presente, cómo no («esta para que la cantéis», le dijo al público), la «Chica de ayer», el himno madrileño de la movida que fue compuesto en la playa de la Malvarrosa, mirando al mar de un tiempo en fuga.

Orion
¿Qué decir? Supo a poco, tal vez porque faltó alguna canción, como «Te espero», porque como siempre, como es bueno, una vez más «se quedó en el tintero la promesa de un mundo mejor»..
Delgadísimo, casi invisible entre la densa música, y algo encorvado, Antonio se encaramaba al mástil fiel de su guitarra, concentrado, casi sin hablar al principio; apenas un «hola, chicos» cuando llegó a escena. Abría fuego con un tema ya viejo, «Anatomía de una ola». A apartir de este punto Antonio y su grupo realizaron una sabia mezcla de las canciones de su último disco con otras ya clásicas, casi todas gobernadas por los vientos del amor.
Al principio el público los recibió con alguna frialdad. Antonio empezó vuelto hacia sí mismo, parado, con movimientos seguros, aunque mínimos, sobre la guitarra. Pero llenándolo todo con su cálida voz. Como un capitán Ahab persiguiendo su imposible, Antonio timonea lo que de lejos pudiera parecer una nave desvencijada pero que, de pronto, despliega las alas insólitas, grandes, inmensas de su música y —a toda vela, a toda Vega— alcanza los círculos lejanos de las estrellas donde vuela algún «Ángel de Orión», porque aún envía allí su amor por Marga.
Y así, mientras la noche se extendía viajamos por la banda sonora de nuestra propia vida y llegamos hasta donde alguna vez «nos llevó la imaginación con los ojos cerrados». Fueron las primeras notas de «El sitio de mi recreo» el punto de inflexión que hizo estallar en aplausos entusiastas a los miles de personas que mostraron el cariño muy especial de Madrid por Antonio Vega. Para entonces la noche era rotunda y lucía un buen puñado de estrellas. Entre Vega y Orión, sobre el cielo de Madrid, se abrían ya los «Caminos infinitos»: «Se amontonan tantos años, uno a uno y diez a diez, la luz de la mesilla ilumina hoy letras de ayer...»
Escamas de la soledad
Muchos y célebres amigos del cantante no se quisieron perder el concierto. Pero el Conde Duque rebosaba, y él seguía desgranando canciones, como «Pasa el otoño»: «Atados manos y pies al corazón que fui fiel ojalá me condenaran a la niñez». Antonio fue recorriendo sin pausa su vida hecha música entre el pasado de «Me quedo contigo», «Se dejaba llevar por ti» o «Elixir de juventud», la luminosidad de «Pueblos blancos» y la premonición de «Cada sombra en la pared» —«sombras perdidas en la multitud, la multitud de las sombras», un guiño a la oscuridad a ritmo de swing, con cuarteto de metales que se sumó a la formación en la que destacaba su siempre seguro y fiel Basilio Martí—. Así la nave nos llevó hasta los límites de un «Océano de sol».
En el Conde Duque, Antonio iba gastando púas, como quitándole escamas a su soledad, y cada vez miraba más directamente a la grada, que le jaleaba con mucho afecto. Él, chico solitario, lanzaba las púas rotas, las escamas de su soledad, hacia un público entregado, como regalos que acompañaba con una sonrisa. Parecía un niño que tirase piedrecillas a un estanque, a uno de los misteriosos lagos del tiempo, porque un día cualquiera no sabes qué hora es...
Y pareció que mirase crecer los círculos en ese agua que lava los años con canciones y empapa nuestros poros, y rompe el sueño y la soledad, otros amores, discos que abrazan y luego circundan de silencio e inteligencia las palabras. Y estuvo presente, cómo no («esta para que la cantéis», le dijo al público), la «Chica de ayer», el himno madrileño de la movida que fue compuesto en la playa de la Malvarrosa, mirando al mar de un tiempo en fuga.

Orion

¿Qué decir? Supo a poco, tal vez porque faltó alguna canción, como «Te espero», porque como siempre, como es bueno, una vez más «se quedó en el tintero la promesa de un mundo mejor»..
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5 de mayo de 2005
Romanticismo

"NRAO / AUI / NSF"

Saber cuál es el sonido exacto de un agujero negro: Si bemol, 57 octavas debajo del do central de un piano.
Una nota lúgubre, romántica, un brillo oscuro propio de Chopin. Si bemol.
En el centro de nuestra galaxia (ver la foto) existen extraños arcos de plasma detectados por radiotelescopios. Escuchamos el corazón de La Vía Láctea, el lugar más mortífero, el macro agujero negro bautizado Sagitario A*. Su sonido es un Si bemol cuando devora la materia de otros cuerpos cósmicos. Y a su ritmo danza la galaxia entera.
Un baile de vida y muerte, con el color musical de la melancolía, la "bilis negra" del ánima, que resulta inefable, como si fuera una materia oscura, oculta a los rayos de la luz.
Ese agujero negro, ese curvo corazón que comba el tiempo y que ilumina sin ser visto la totalidad de la noche, que enciende la nada o la apaga. Que la enciende y la apaga de continuo. Por más materia -visible o invisible- que añadamos no tendrá bastante ni podrá romper su propio ciclo cósmico... Como ya sabía Rilke (y lo dice en su elegía a Marina Tsvetáieva):
"¡Oh lo que se pierde en el espacio sideral, los astros que caen, Marina!
Adonde nos arrojemos, sea la estrella que sea,
no la acrecentamos. El conjunto está siempre contado.
Así el que se viene abajo tampoco merma la cifra sagrada.
El que cae renunciando, cae al origen y sana".
Romanticismo del agujero negro, si fuera posible. Chopin, Rilke... La música, un si bemol. O la cosmología que la poesía enseña todavía.
Aprender a escuchar, saber que hay luz en la palabra.
Y cerca del borde oscuro, en el último horizonte de la luz, el tiempo que se aquieta, se detiene.
Porque todo es luz sin fin, entre la transparencia y la materia, u otras palabras oscuras.
30 de marzo de 2005
Llamando a las puertas de Orión

Por MANUEL DE LA FUENTE
Antonio Vega vuelve a abrirnos sus puertas. Y lo hace, como siempre, a su manera. No de par en par, sino permitiendo que nos colemos, a través de una rendija, en su jardín extranjero, en su querida tierra de Orión, en su desordenada habitación, la misma donde transcurrieron las «Tres mil noches con Marga» a las que dedica su nuevo disco. Marga, «Margarita del Río Reyes, la mujer que me lo dio todo por nada y a la que he consagrado mi vida entera. Lo que me quede de ella.»
Una vez más, Antonio ha hecho su peculiar travesía del desierto, como un peregrino despojado de todo lujo, de toda alforja superflua. No es fácil adentrarse en el agreste paisaje que ofrece Antonio Vega en estas «3.000 noches», en esta hermosa y arriesgada vigilia musical. Conviene caminar por este bosque como Pulgarcito, y dejar unas migas a nuestro paso para poder regresar a este mundo, porque en muchos momentos, momentos estelares, la música de Antonio (como algunas de sus últimas actuaciones) está rodeada por un halo de irrealidad, de extraños misticismos y cábalas que sólo él puede a buen seguro descifrar. Si es que a estas alturas le interesa.
Sus letras siguen siendo muy personales y todavía más intransferibles: «Pasa el otoño en Madrid, vuelven recuerdos de invierno pasados junto a ti ... atados manos y pies al corazón que fui fiel ojalá me condenaran a la niñez» y el cóctel musical es generoso, casi apabullante. Hay guitarras que parecen sonar como las de los últimos Wilco, un órgano farfisa que rezuma olor a sur, incluso a medina y a azahara, en «Pueblos blancos», y más guitarras que dibujan arabescos, quizá porque Antonio recuerda que sé de un lugar, aquella perla trianera. Hay un típico arranque a lo Nacha, guitarras de hace años de chicas y días y noches de ayer, en «Ángel de Orión».
Vega recorre una y otra vez (ocho minutos) sus «Caminos infinitos», con el solo de guitarra más desconsolado de toda la carrera musical de Antonio, espasmos electrónicos, dolor intenso, intensísimo, en una reivindicación de su guitarra en astillero como su lanza de magia y precisión contra los gigantes del sufrimiento. Luego el paseo por un pequeño cabaret donde ejerce ejerce de crooner buscando a ritmo de swing «Sombras en la pared», o la ironía de base funky en «Un día y otro» («hoy me han dicho dos o tres lo que tengo que hacer... qué mal te veo estás mucho peor que ayer...»), la belleza descarnada de «Te espero» («te espero porque en el tintero se quedó la promesa de un mundo mejor, te espero...»), y el instrumental «3.000 noches con Marga», donde sobre las teclas Antonio Vega balbucea como un niño que juguetea sobre un xilófono, como una cajita de música en la que la bailarina, Marga, ya no está.
A estas alturas, la música de Antonio Vega tiene la belleza del páramo, de la estepa, de un árbol de invierno. Son las canciones de un huérfano, las canciones del que ni va ni viene, sólo espera, que alguien le llame desde las estrellas. Las canciones de un ángel caído llamando a las puertas del cielo, llamando a las puertas de Orión.
2 de marzo de 2005
Instrumentos de viento
27 de febrero de 2005
Nieve al romper el alba

Recuerdo del reciente amanecer de la nevada.
El silencio. El tiempo. Apacibles copos que caen como pavesas.
La pira de nosotros.
Silencio. Ausencia de palabra no es ausencia de Ser, recuerda Panikkar. No podemos distinguir el Ser de la Nada. Y dice: "Llegamos a un nivel en el que las palabras retornan a la misma mente" que las piensa.
Las palabras que alguna vez dijimos, las palabras que fueron, se vuelven copos.
Vuelven a la vida.
A la vida en silencio. Nieve que cae.
Puede que, posteriormente, pensemos la vida y que el pensamiento, como la nieve, cuaje. Y tal vez de un modo tan natural como irremediable después el pensamiento se nos derrita en las manos...
Pero el silencio vuelve. Copos de luz de luna.
Para romper el alba.
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El viento en las ramas,
Por (a-e-i)lusiones,
Silencio/ Música
25 de febrero de 2005
Respiración

Y la respiración que es hondo espía
me trasluce y traspasa
no sé qué resplandor...
...
Aviva el vuelo cuando ya no hay viento
aunque te vayas y no vuelvas, aunque
me pidas y te dé. Ya estás sintiendo
cómo se mecen, cómo se cimbrean
suavemente los olmos, hoja a hoja,
en las riberas de la amanecida,
con la precocidad del sufrimiento;
estás sintiendo ahora
este aire de meseta, el que más sabe,
el de tu salvación que no se oye
porque tú eres su música.
Y estás sintiendo cómo
la mayor injusticia de la vida
es el dolor del cuerpo, el del espíritu
se templa con espíritu. Y me sanas,
y yo te doy las gracias por venir
tan delicada que casi te veo.
¿Y qué voy a saber si a lo mejor mañana
es la mañana?
(Claudio Rodríguez. Manuscrito de una respiración)
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