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6 de agosto de 2007

Marañas de vencejos (y golondrinas)



Aunque de poca resolución, este vídeo dará idea de la aglomeración de pájaros, sobre todo vencejos y golondrinas, bajo la cual es realmente gozoso tumbarse, como ya se refería en una entrada anterior.

El lugar en el que esta maravilla se repite cada verano es la laguna de Pedrosillo, cerca de Salamanca. Por cierto la música que suena la grabé hace algún tiempo de la radio, creo recordar que es de Sufjan Stevens.

1 de junio de 2007

El mar, además de tesoros...


Impresionante secuencia. Y como dice Blake:

Árboles, pájaros, bestias y hombres contemplan sus dichas imperecederas.
¡Incorporaos, alitas oblicuas, y cantad vuestra dicha infantil!
¡Incorporaos para beber vuestra bendición, que todo cuanto existe es sagrado!
De tal modo canta cada mañana Oothoon. Pero Theotormón permanece inmóvil
junto al océano, conversando con las horrendas sombras.

Las hijas de Albión escuchan los lamentos de Oothoon y devuelven en eco sus suspiros


Visiones de las hijas de Albión. Versión de Pablo Mañé

13 de junio de 2006

Doma de Clavileño

Posted by Picasa
Fáctico: 1. Perteneciente o relativo a los he-
chos. 2. Fundamentado en hechos o limitado a
ellos,
en oposición a teórico o imaginario (DRAE)

El caballo tendrá el nombre de un sueño, aunque en su etimología arraiga la materia, el leño, del que se hizo; así como el artificio, el mecanismo, la clave que lo mueve. Basta aferrar la clavija para que su jinete vuele a lomos de la imaginación, pero también, y por lo mismo, basta que su jinete arranque para que la imaginación de los otros cobre cuerpo y las chanzas y burlas meramente imaginadas se conviertan en pura y dura realidad. Porque existe siempre un riesgo cuando jugamos con la maquinaria que permite volar al pensamiento y arder la pólvora de nuestros deseos, de nuestros fantasmas, en todas las direcciones, ya que está prendida con las llamas de algún fuego interior e incontrolable. Por todo ello, el caballo, sin duda, tendrá nombre de sueño.

¿De dónde surge Clavileño? ¿Viene esta criatura directamente de la Guerra de Troya, como se teme Don Alonso Quijano, quien por una vez recupera en un destello la lucidez de sus antiguas lecturas e intuye que el ingenio que se le muestra bien podría ser una trampa, en la estirpe del caballo troyano, cuya panza estaba repleta de enemigos y supuso la ruina de Ilión? Algo de verdad habría encontrado Don Quijote en ese rapto lúcido si hubiera seguido adelante con sus pesquisas, pues el vientre de Clavileño estaba repleto de crueldad pirotécnica; la que después del vuelo, quién sabe si real o imaginario, les hizo morder el polvo de verdad a él y a su escudero. Porque a veces los sueños más altos tienen el mismo sabor de la tierra.

Paladión llama Don Quijote al caballo troyano, confundiéndolo, como era común en la época cervantina, con la estatua de la diosa Atenea que guardaba la ciudad homérica, aunque pocos en aquel tiempo sabían que la imagen del Paladión representaba en realidad a la joven Palas, una amiga de la infancia -y casi gemela, por su apariencia- de la diosa griega. Además, muchos desconocen que la estatua la había realizado la propia Atenea con sus manos, como una especie de penitencia olímpica. Porque Palas murió atravesada por la divina lanza de su amiga cuando Zeus la cegó durante un duelo amistoso, asombrado y temeroso del potencial de su parecido con la diosa. Hay un juego de espejos que anida en este mito griego y que cabalga bien sobre los lomos de nuestro caso.

Como en un espejo, la realidad y la imaginación intercambian a menudo sus papeles y el hombre es una criatura ciega en este juego, sin que sepamos cuándo nuestra ceguera es la lúcida o cuándo la sombría. Y si un dolor de diosa hace una estatua perfecta, el Paladión, ¿qué fantasma no erigirá un humano esculpiendo con su dolor? ¿Y qué hace la imaginación de los hombres sino esculpir fantasmas y moverse entre las sombras de nuestra conciencia, que sueños y pesadillas alimentan de modo parejo? Así creamos fantasmas que jamás alcanzarán a ser del todo en lo real o que no acaban nunca de esfumarse del todo, como el sueño más pegajoso de los párpados. Por ello siempre estaremos indecisos: ¿molinos o gigantes? Dudas reales. Bendita incertidumbre.

Pero volvamos al caballo Clavileño. ¿Adónde nos lleva? No al reino de Cendaya, como prometiera. Sin duda, sus alas rozan las más altas esferas del cielo desde algún punto inmóvil, aparentemente inmóvil, puesto que la inmovilidad absoluta no se da en nuestro universo. Pero es capaz de arrastrar a sus jinetes al lugar en el que nunca les hubiéramos supuesto. Porque Sancho disparará –disparatará casi- su imaginación y jurará haber visto la tierra diminuta y las estrellas tan de cerca que las Pléyades se arrebañan ante sus ojos. Don Quijote, sin embargo, se tienta la locura nada más bajarse, como quien duda si ha perdido la cartera. El Caballero de la Triste Figura ve tan lanzado a su escudero que tiene que dar un paso atrás para encajar la que parece su propia caricatura. Desconfía del delirio de Sancho, hasta entonces un hombre práctico, de palabra siempre pegada a la realidad del alma concupiscente, pero por otro lado no puede desautorizarle porque sería como tacharse de loco a sí mismo. Y aún es pronto para eso.

Y si Don Quijote desconfía al ver a su escudero dopado por la aventura, lo que le ocurre a Sancho, en realidad, es que mentalmente ya se apresta para el gobierno de su ínsula y por ello quiere alejarse de una imagen, arrastrada por todo el libro, de personaje manco de imaginación e ingenio si se compara con su amo (a pesar de llevarse no menos palos reales que él, por supuesto). De tal modo está todo tramado que el caballo podría haber sido Baratario y la ínsula Clavileña. Tanto invierte Cervantes los papeles aquí que Don Quijote se ve en la obligación de juramentarse con Sancho y concederle la credibilidad de sus visiones si el escudero aprueba los relatos increíbles que trajo el caballero de la Cueva de Montesinos. Como si un disparate menor pudiera dar carta de lógica a uno mayor en el mundo real. Un mundo de disparates. ¿Les suena?

En fin, dos hombres, a su manera locos, montaron en el caballo de leño volador con el buen fin de salvar a unas mujeres de su horrible y barbudo hechizo. No conocen a Occam y no andan buscando -ni rehúyen- reyerta con su célebre navaja, de modo que en lugar de pensar como la hipótesis más probable que les estén gastando una monumental broma –o a sabiendas, como apuntan las dudas iniciales de Don Quijote-, prefieren entrar en aquel misterio de los encantamientos y hacerle frente a ciegas, con los ojos vendados. Porque el misterio en el que creen es en verdad el de la imaginación. A pie juntillas, hacen posible que pueda repararse el daño de las damas y vencerse al gigante Malambruno, todo en un solo viaje. Mientras tanto, la reducida corte les azuza, les contempla y participa entre risas de este engaño que quiere abusar de la buena fe y de la locura –la de uno por demasía de letras, la del otro por todo lo contrario- de estos dos hombres. Pero, nada más arrancarse, un caballo imaginario –cualquier caballo imaginario- se desbocará...

Por tanto, ¿es contrafáctica la imaginación? Nos sentimos tan seguros y abrigados por nuestro bienestar que hemos llegado a dudar del carácter factible de nuestro ingenio y, por ende, desterramos como algo infantil el barrizal de la imaginación. ¿Desterrar el barrizal? Suena a juego de palabras. Puestos a modelar, a inventar –incluso crear, que siempre resulta más ampuloso-, qué mejor materia que ésta, dúctil y sencilla, de la alfarería. Al fin y al cabo, ¿no es barro cantarero el pensamiento? ¿Por qué tendemos a tranquilizarnos diciéndonos que nuestras invenciones, ingenios, creaciones, suceden en un lugar distinto, del cual la realidad fáctica de los hechos nos mantienen a salvo?

Pensamos que la broma imaginada ningún daño puede hacer. Y tanto que nos conviene, puesto que así creeremos que lo imaginado tampoco podrá alcanzarnos a nosotros y es, por así decir, intangible lo imaginado, como si fuera propio de los sueños, algo que se espanta con la luz o con frotarse los ojos. Pero es que hasta el libro del ingenio que es el Quijote nos afecta e incluso se dice de los españoles que somos, cuando no Quijotes, unos Sanchos. Algo hiende la realidad desde aquello que un hombre imaginó. Que se lo digan a Sancho, que anda rehuyendo tres mil y trescientos azotes en sus reales, que debe aplicarse para terminar con el encantamiento –falaz, puesto que él mismo lo ha inventado- de la bella Dulcinea. No vale la pena resistirse. Somos presa de nuestros artefactos. Y la imaginación no es un artefacto inocuo.

Así que, ¿es contrafáctica la imaginación? ¡Pobres de nosotros si seguimos literalmente el diccionario! Ahí está la criatura imaginada, Clavileño Alígero, llevando por las altas esferas celestiales a Don Quijote y –no lo olvidemos- más lejos a Sancho, mucho más allá de lo que Rocinante o el rucio les pudieron transportar. Aunque nosotros nos sintamos a salvo detrás de las murallas del sentido común, el uso y la costumbre; o junto a las almenas de la cortesía, donde reina la urbanidad; aunque el lector se ría con la broma y protegido por los barrotes de líneas de las páginas, haga suya la diversión de la Trifaldi y la del duque y casi se permita sentir pena por los dos aventurados, todo parece indicarnos que no estamos tan seguros. De la “cárcel” de los libros han escapado criaturas mejores y aun peores que nuestros sueños. Si la civilización mantiene erguidas las defensas incluso en el diccionario (cuando añade a limitado por los hechos ese “en oposición a teórico o imaginario”) ello significa solamente que el exterior nos asedia. ¿El exterior?

El inocuo artefacto que pudiera ser la imaginación ha sabido explicarnos el mundo a través de los siglos, con paganismos, gnosticismos, platonismos y, hasta si me apuran, totalitarismos. Si no hay utopía que no haya sido imaginada y que nada más realizarse no haya contraído grandes deudas de sangre. Así que la imaginación no es aséptica como el topos uranos de las ideas, sino que mancha como un barrizal ensangrentado después de una batalla, o mil batallas.

Qué rara vez miramos ya con franqueza a nuestro alrededor. No podemos permitirnos dudar, aligerar la marcha o detenerla por un momento para repensar el rumbo. Tomamos un camino en aparente albedrío y no podemos ni concedernos una duda sobre el sentido de nuestros pasos. Porque confiamos en leyes que presuponemos duraderas y salvíficas, normas escritas y tradiciones veneradas que en el fondo mediatizan nuestra visión de lo real. Es como si nos mantuvieran a varios palmos del suelo, exactamente, o casi, como volando a lomos de Clavileño, montados a horcajadas o a mujeriegas en nuestros propios prejuicios, soñando que volamos por la realidad, por lo que todos aceptamos como única realidad. ¿Y entonces? Entonces a veces nos caemos del caballo también nosotros y podemos aprender a pellizcar la piel de lo real, que es sólo un trampantojo.

Así que, a varios palmos del suelo, como sobre los duros lomos de Clavileño, estamos ciegos y llegamos tan solo a sentir el fuego que alguien nos pone delante de la cara y no de broma. Un gran apagón nos devuelve a la edad de piedra, sin máquinas, sin calefacción, sin móviles; un huracán nos rebaja los humos y de un soplido descomunal arruina e inunda nuestras casas y nuestras cosas, por bien que las creyéramos cimentadas en la realidad que limitan los hechos. Y un avionazo de odio –el odio también vuela- derrumba nuestras torres. Pero no necesitamos ni siquiera estar bajo un ataque. El huracán de Nueva Orleans barrió el pasado verano de 2005 la civilización en diez minutos. A la tragedia, contra la que apenas se puede luchar, siguen saqueos espontáneos y la tiranía de bandas armadas que imponen su ley sobre las víctimas. Así que todo lo que cimenta la convivencia dura diez minutos, en realidad, incluso dos mil años de civilización. Ocurrió hace bien poco en una capital del imperio, no en las lejanas fronteras bárbaras. ¿Qué nos quedará, entonces?

Hay una fotografía de Cartier Bresson, realizada en Sevilla, en 1933, preludio de una guerra. En un callejón en ruinas, varios niños juegan y se ríen cruelmente de un pequeño lisiado –como Quijote manco de cordura o Sancho cojo de pobreza e ínsulas- y el muchacho en cuestión corre desvalido con sus muletas, tan veloz como puede, medio llorando, pero diríase que en realidad está volando con la imaginación lejos de aquella hostilidad hacia a los brazos de su madre, o a algún rincón tranquilo; a lo que para él, y para nosotros, pudiera parecerse a la civilización. Esas muletas son también Clavileño. Y no sabemos hasta qué punto todos las necesitamos, aunque no estemos lisiados físicamente.

¿Para qué sirve la imaginación, entonces? Para reconstruir aquello que dinamitamos y no sabemos devolvernos. Para sobreponernos a las trampas y las predaciones, para poder mirar nuestra propia realidad y no sólo la realidad. Para superarnos, para creer que podremos hacer lo que, sin esa herramienta, sin esa ebriedad, nunca lograríamos. Para volver a soñarnos como hombres, al punto, cuando todo alrededor nos niega nuestra verdadera condición. Y por eso, sólo por eso, el Quijote de Orson Welles le dice a Sancho aquello, más allá de sus propias decepciones y la extrañeza de haber conocido en los límites a su escudero: “Sancho, la luna está muerta y tú te has convertido en un soñador”.

Solamente una vez más, en el lecho de muerte del Caballero de la Triste Figura, intercambiarán sus papeles él y Sancho, llegando a pedirle Don Quijote perdón al escudero por haberle hecho “parecer loco como yo”. Lo dice quien ya sabe, como Nishitani, que somos seres luminosos que se asoman levemente en la penumbra de la nada, en el borde de lo efímero (“ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño”). Pero a ello Sancho le responderá -sí, recordémoslo- con la defensa mayor de la imaginación, la más emocionante hoguera de sueños que pueda contener este libro de Cervantes. Y lo hace Sancho para vivir, para seguir viviendo, para ser hombre al punto. Y para dejar de serlo, Don Quijote hizo lo propio al cabo.

30 de mayo de 2005

Pequeño tratado de vencejos

"Vencejo con alas demasiado grandes, que gira gritando su gozo alrededor de la casa. Tal es el corazón.

Deseca el trueno. Siembra en la serenidad del cielo. Si roza el suelo, se desgarra.

Su réplica es la golondrina. Por serle familiar él la detesta. ¿Merece el encaje de la torre?

Para en el hueco más sombrío. Nadie sufre estrechez mayor.

En el verano de larga claridad, se deslizará hacia las tinieblas por las persianas de medianoche.

No hay ojos que lo retengan. El grito es su presencia entera. Un fusil frágil va a abatirlo. Tal es el corazón."

(Poema de René Char)


Hasta 250 km/h en vuelo y frena en un par de metros Posted by Hello

Oculto por la fama "romántica" de la golondrina (¿No pudieron ser vencejos las oscuras golondrinas becquerianas?) el vencejo (apus apus, o martinet en frances o swift en inglés) es un espíritu esquivo. Sus alas negras se encuentran entre las más dúctiles del mundo y le hacen capaz de acrobacias asombrosas, a velocidades de vértigo.

Vive veloz. Migra y anida en las casas de los hombres y tal vez cumple como ninguna otra criatura sus ansias de volar. Tan el vuelo se hizo el vencejo que ya no sabe posarse, sus patas han perdido la fuerza necesaria para el despegue, de modo que cuando roza el suelo ya no remonta y muere. Así las cosas, anida en las alturas desde donde se lanza en brazos de la luz, desde cornisas y grietas en los tejados. Sus nidos son estrechos y los fabrica con una mezcla de barro, ramas y plumas cimentadas con su propia saliva. Y su grito es estridente como pocos. Es un estallido de vitalidad, un borrador de nombres, la música del mundo reducida a pulsión. Tal es el corazón, como bien dice René Char.

En el atardecer anuda finos laberintos, sobre los pueblos y las ciudades va enhebrando la noche con últimos hilos de luz, hasta crear verdaderas marañas con las insólitas persecuciones que lo convierten en una flecha por el aire. Mientras, caza en pleno vuelo su alimento, insectos voladores a los que su grito paraliza. Cuando la noche cae, él asciende a lo más alto para echarse a dormir sobre la nada. Su vuelo entonces remueve las horas, las sombras.


Pincha sobre esta foto, vale la pena Posted by Hello

Tiene la cabecita afilada y triagular, con el pico aguileño, y así semeja un diminuto halcón. De tal modo es el vuelo y nada más que ninguna otra ave copula mientras recorre el cielo. Se acopla y duerme en el aire, sí.

Los ingenieros aeronáuticos repararon hace muy poco en él y sus alas han inspirado algunos de los últimos aparatos voladores. No valen nada si los comparamos con él.

Ya relaté en una entrada anterior, titulada "luzazul", cómo gracias a los vencejos del atardecer tuve la más nítida visión -revelación es palabra más fiel- de que lo profundo es el aire, como decía Guillén. Y recuerdo que, cuando era pequeño, tuve uno entre las manos, un pájaro caído, tristísimo, vencido vencejo. Desde entonces me hechiza verlos volar, oírlos. Pude ver sus ojos mágicos y redondos, prodigio del mundo, atlas de azabache. Negros solecillos indómitos.

Ayer después de leer el poema de Char, recordé todo esto. Puse la radio y viví un segundo verdaderamente irreal. En la emisora sonaba una canción familiar, de los Beatles. Oírla mientras pensaba, precisamente, en escribir un post como éste me dejó pasmado:


Black Bird
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Blackbird singing in the dead of night
Take these broken wings and learn to fly
All your life
You were only waiting for this moment to arise.

Blackbird singing in the dead of night
Take these sunken eyes and learn to see
All your life
You were only waiting for this moment to be free.

Blackbird fly, Blackbird fly
Into the light of dark black night.
Blackbird fly, Blackbird fly
Into the light of dark black night.

Blackbird singing in the dead of night
Take these broken wings and learn to fly
All your life
You were only waiting for this moment to arise
You were only waiting for this moment to arise
You were only waiting for this moment to arise.

(The Beatles)

1 de marzo de 2005

AtardecERES



No necesita el cielo las palabras.
Pero el hombre nombra lo que existe, lo que piensa, recuerda o imagina;
tatúa los espacios: viento, pájaro, jornada.

¿Por qué infinito, por qué azul, por qué nube?
¿Por qué los signos en el juego de mirar
el mundo a ti y tú?

Leía hoy, al atardecer: "Galileo
Galilei escribió que el gran libro del universo está escrito en el lenguaje de las matemáticas -olvidando que el universo no es un libro,
que además hay que saber leerlo, y
que la lectura no es la cosa".

Repito: que la lectura no es la cosa... Words, words, words.

¡A comprender las cosas mismas! ¡A vivirlas! A ser con ellas y no sólo a pensarlas.

Hablaba Panikkar también de que necesitamos cura
para la nostalgia del paraíso perdido
y de la ironía de un Dios que puso delante del Edén a los querubines con espadas flameantes:
para que el hombre no cayera en la tentación
de regresar allí, dejando otra vez de ser humano.
El misterio eres tú y la manzana es la puerta.

Y levanté la vista del libro. Y sin querer algunas palabras, las que eran, se movieron al cielo
o el cielo las movía
y vino una sonrisa.



Amor nunca se cansa de saber.

Y si el viento, o la luz, fuesen música y yo también lo fuera...
Si el atardecer fuese parte de mi contemplación...

Parte de mí: fasollasí.

20 de febrero de 2005

En las manos del viento


Posted by Hello
SER COMPLETO

Debajo de ti, olmo,
echas tu sombra;
debajo de ti, olmo,
caes tu hoja;
debajo de ti, olmo,
vives tu copa;
debajo de ti, olmo,
fuljes tu gloria.

juan ramón jiménez



Un mar de nubes. El sol cada día un poco más alto, algo más cálido.

Invierno. Todo pasa. Estamos en las manos de este viento. Como las últimas hojas secas, los papeles que ya nadie lee, a merced de la brisa. O merced a la brisa, como esa nube que cambia. Vivos.

Todo va pasando, paseando. Zumba el viento en lo alto de los árboles y aquí abajo nuestro propio barullo. Hilos de tu conciencia el viento arrastra y enreda tus cabellos en la memoria desorientada, en el recuerdo aquel que merodea junto a tus zapatos mientras caminas.

Llegas. Te sientas en el bar. Y sonríes sin pensar, cuando pruebas el buen vino. Y la miras, bañada por la luz de la ventana invernal. Y tu sonrisa vuela, y viene y va con la memoria. Y puedes coger su mano y, con ella, te sientes ligero, un poco ajeno a todo, como en las manos del viento. Ayer...

Otras nubes vuelven sobre nosotros. A lo lejos grises se amontonan, las amontona el viento en las montañas, en recuerdos que de tan lejos se azulan.

Y el vino, ¿qué tiene que ver con todo esto?

Lo escuché ayer, en el cine, en "Entre copas", que nadie sabe por qué traducen así "Sideways". Lo dice Maya, la mujer que enamora al protagonista. El vino esta vivo, está en el tiempo, como nosotros. No sabrá igual si lo abres un día u otro. Ha sido moldeado por el clima, por el sol y la lluvia, mientras pasaban sobre sus uvas nubes idénticas a las que sobre ti pasaban. Los minerales de su zumo abren puertas oscuras en tu interior, airea los pasadizos de tiempo hacia atrás y de vida adelante. Fue prensado y catado, tal vez por alguien que no está ya en esta luz preciosa y breve del invierno, cargado de tardes y frío. El vino abre también ventanas a tu claridad, a la de muchos hombres desde hace miles de años, y nos trae un don extraño: la ebriedad.

In vino veritas, dice el clásico. Pero yo nunca lo había pensado de este modo.

Y luego, tal vez, dejas el cerco húmedo de tu copa y sigues tu camino bajo el altísimo
cielo.

Cercos efímeros, huellas, señales, mensajes encerrados en una botella. ¿Hacia dónde? ¿Para quién?

Porque todo es vida aún, mientras doblas la esquina.

11 de diciembre de 2004

Desapariciones (posibles)


No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.


F. Pessoa
Posted by Hello