21 de noviembre de 2004

Eastman, el mar y los confines (La Coruña)

Este confín, este Finisterre atlántico, este mar de horizonte apagado, brumoso, es también un espejo. Algo hay, mar adentro, de nosotros y no es la gana de morir. No es solamente barruntar el fin lo que se asoma a este confín de las tierras desde nuestros ojos. Los barcos regresan al atardecer, buscando aguas tranquilas, el refugio del puerto que también significa la seguridad de una nueva incertidumbre, que ha de llegar con el nuevo día.

Un mar de dudas, brumas en el horizonte y también sobre la tierra, que el sol de la mañana va corriendo como una suave cortina. Y todo nos deslumbra, la humedad en los árboles y sobre el asfalto, el cielo azul azul y la lejanía de los montes brillando. Un mundo nuevo, el nuevo mundo, también está mar adentro, bruma adentro, espejo adentro.

Imágenes del mundo, iconos sabidos casi de memoria, la colección Eastman en la Fundación Barrié. Guerras, retratos, miradas en el mar del tiempo, igual que el nombre de la dirección de este blog. Tiempo adentro hay tanto sufrimiento como resistencia. Capa y su foto de la muerte (del miliciano en Cerro Muriano) y la del miedo de quienes desembarcaban el día D; Cartier Bresson y la caída de los "colaboracionistas", la primera foto de un rayo, la ejecución de un prisionero vietnamita bajo la luz, asesinato en mitad de la luz; la medida del llanto de una niña desnuda y abrasada que huye del napalm y nos quema los ojos, las fotos de las estrellas de Hollywood, los rostros de los grandes retratos, la mirada fija en ningún sitio de una madre feriante en California, los parajes místicos de Ansel Adams que nos hacen pensar en los paisajes del alma, en la orografía de nuestros miedos y nuestros sueños, el rostro impertinente del asesino de Lincoln que nos revela que no toda tradición acarrea dignidad... Y la bala que revienta una manzana, o la primera gota de agua detenida por las nuevas técnicas y velocidades fotográficas...

¿Hemos pasado de la bala en el cráneo de un vietnamita a la instantánea de la manzana, menuda metáfora, que nos hace pensar en los detalles del efecto de la primera? La bala es un invento obsceno, que resume nuestro potencial técnico. Es una piedra sencilla, un guijarro metálico lanzado por un tirachinas potentísimo. Citius altius fortius también tiene un lado oscuro. Nuestro desarrollo técnico, nuestra velocidan no alcanzan el espíritu. Matamos más rápido, más alto y más fuerte, pero eso no es mejor. Los paisajes del espíritu precisan de dificultad, sin acantilados de cristal tras nuestros ojos no hay mejora posible. Eastman enseña al westman que visita Galicia todo esto.

Pero después hay que ascender a la Torre hercúlea, 231 escalones, más que los de Hitchkock dejaba en 39. Para asomarse al mar de las dudas a vista de pájaro, sobre la incierta luz que dibuja brisas y nubes, y recobrar el aliento, el pneuma que nos define, que hace posible las palabras. Altius, para volver a vernos en el espejo infinito del mar, Citius y tal vez Fortius para regresar a tierra como los barcos, cargados con un tesoro verdaderamente útil, ganado en el vaivén de las olas, entre las joyas de la espuma.

Todos buscando una luz, un faro, una ciudad, una candela en el hogar, caldo caliente, redundantes palabras, amistad y la risa, ay la risa, ese gran borrador de las sombras que nos atenazan. Olvido leve, necesario y vital como un latido del pneuma.

"Borrara el horizonte las derrotas" dice el poeta. Pero en los confines uno vuelve a encontrar la belleza. Y tal vez la palabra, que nace a la sombra de los dioses en los desiertos y nunca en la ciudad de los hombres.

Es un desierto el mar. Tal vez los barcos son sus caravanas y llenan la bodega también de palabras surgidas en un manantial más allá del confín. Tal vez mar adentro sólo están la vida y la muerte, platicando con las palabras que allá mismo inventan.