13 de diciembre de 2004

La senda de los deseos... y la Abubilla de Hans Werner Henze


Atardecer final de L'Upupa und der Triumph der Sohnesliebe. Posted by Hello


Si el hombre pudiera decir la verdad de su amor verdadero, si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo, como una nube en la luz, yo sería aquél que imaginaba.

Con palabras de Cernuda nos viene hasta la boca el regusto de manzana en parte prohibida, en parte ansiada que reproduce esta aventura musical y escénica de Henze. Un viaje sonoro y mítico, al menos legendario, que no deja de sorprender. Personalmente me inquieta el hecho de que para plantear esta encrucijada verdaderamente moral, el autor parezca haber usado el territorio de las mil y una noches como papilla para que todos podamos digerirlo. Porque, ¿miraríamos con la misma limpieza en los ojos estas disyuntivas en un entorno urbano, moderno, no-mítico? Si un hombre como Henze aún apuesta por el lenguaje de la poesía debe ser por una buena razón. Un hombre, una mujer, un demonio y una manzana figuran en el centro de todo.

El hombre puro, Kasim, no es aquí el santo célibe, ni el asceta, ni el wagneriano héroe que no conoce el miedo. Tal vez se parece más al protagonista de La Flauta Mágica, aunque su laberino no está acosado por símbolos con un sentido premeditado, con una pedagogía metapoética. No. Aquí, el hombre puro está encerrado en su propia soledad, un laberinto que cuadra bien con el desierto y que tiene en el deseo su única imantación, su brújula salvífica y redundante. Pero el deseo, bien entendido, no como capricho de un momento, sino como flujo que mana del corazón. La nobleza de Kasim hacia sus deseos le hace puro. Y no precisa cumplir promesas a quienes le conceden sus objetivos -la abubilla a cambio de la novia, la novia a cambio de la caja...- para mantener recto su camino. Sólo rinde cuentas a su corazón, caso asombroso de pureza y libertad.

La maldad se manifiesta, es torpe, son los hermanos de Kasim, atados al capricho del momento y sordos ante su propio corazón. Lo más curioso de todo es que, lo que resultara salvífico, surge de la íntima relación, afrontada sin temor, de Kasim con su demonio, con su daimon. Un demonio que a veces anima a Kasim a terminar la búsqueda y acabar con los líos, a lo que él responderá... De ningún modo acabará, ni acabará el riesgo de vivir ni llegará la calma...

A un día le sigue otro día y bástale su afan, que no es poco. El demonio de Kasim aprende con él, le sigue, y finalmente se rinde al terminar la aventura y enseña sus cartas. Es la escena en la que participan un hombre, una mujer, un demonio y una manzana. La mujer ha sido rescatada y ama a Kasim. Kasim la quiere desposar, pero ambos reconocen la importante ayuda recibida del demonio para haber llegado de vuelta a casa. Ambos quieren agradecérselo y le hacen una pregunta inédita a un demonio: ¿hay algo que quieras?

Y el demonio les pide una manzana, probar la manzana del árbol vedado -para él- y venerado, saborear lo mejor de la vida, su plenitud en un mordisco. No como el vampiro, para consumir esa plenitud, sino para compararla, para saber ese sabor del que se habla con cierta reverencia en la insípida eternidad de este demonio. Kasim le promete volver con la manzana en un par de días y regalársela. Es una promesa grave, surgida como el resto de sus deseos, con la rectitud propia de quien platica noblemente con su corazón. Se despiden.

Al día siguiente, vuelven los novios a casa, el padre les festeja y castigan a los caínes de sus hermanos. No con la muerte, que el padre exigía, sino con las cloacas, según sentencia que dicta Kasim, un lugar mítico para la miseria de los caprichos y de la innobleza.

El padre quiere que se desposen mañana y entonces, ironía finísima, Kasim dice que mañana no puede, porque tiene que cumplir su promesa y regalarle una manzana a su demonio. Un hombre serio y puro cumple con su demonio, es una lección a tener en cuenta hoy por todos. No hay hombre sin sombra, ni amor sin sombra, ni sombra sin el bies de su misma sombra.

El viaje por la senda de los deseos concluye con un atardecer, promesa de un mañana continuo, promesa cumplida para un demonio al morder el fruto del árbol de la vida, reviviendo como el demonio de mañana para integrarse en el amor de un hombre, en su franco discurso con el deseo, tan necesario para poder vivir en derredor de una manzana, que es la vida, tal vez para limpiar sus ojos hasta comprender que el atardecer y el amanecer llegan a ser lo mismo: promesas de la luz, vuelos del pensamiento, nubes hacia lo alto, bendita incertidumbre y el más noble desear que siempre orienta hacia la vida, siempre hacia la vida, hacia su conciencia y su celebración, hacia su respeto como bien sagrado. Atardece y no, nunca llegará la calma. Por eso mismo nunca, siempre.

11 de diciembre de 2004

Desapariciones (posibles)


No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.


F. Pessoa
Posted by Hello

9 de diciembre de 2004

En un lugar del Mediterráneo de cuyo nombre... no debo acordarme

Tengo un balcón al mar. No ha amanecido aún. Hay cierta claridad que se adivina, fosforescencia que persiste en las tinieblas. El mar de invierno rompe. Palmeras agitadas, rocas sacudidas por las olas y el viento resuenan en la noche y vibran en los cristales. La luz de la luna da frío. Sostienes la mirada. Intuyes barcos a lo lejos tratando de abrazar la oscuridad con redes inútiles.

Un rato más, unas horas más, y la claridad comienza a abrirse paso por un hueco anaranjado entre las nubes. La claridad no está en el pensamiento. La superficie de la mar se alisa como una sábana plateada.

El viento se detiene. Una hilera de pájaros vuela luminosa y rasante sobre las aguas. La lluvia se aleja sobre el mar, se derrama por el horizonte, entre las arquivoltas luminosas, grises de las nubes.

Tengo un balcón al mar, en el hotel. En un hotel, junto al Mediterráneo. La soledad humea como una hoguera apagada; recuerdas las conversaciones, la víspera, de alcohol y tertulia literaria. El pesado nos relataba su propio ego-tour, excursión extra que no venía incluida en el paquete del viaje. Se vuelve insoportable, lastimoso, porque no comunica nada verdadero de sí, sólo se pavonea: prácticamente, vinieron a pedirle por favor que escribiera aquel libro; prácticamente, se dedica a la literatura contra su propio destino; prácticamente, sus libros los recomiendan en la tele algunos tertulianos en fila de a dos. Tanta fanfarronada inane, casi hasta el desmayo, monólogo de Maruja... Mallo. El relato alcanzó el patetismo de los hospitales y los decesos y entonces un Caballero andaluz, entrado en años, el Caballero palmea fuerte la mesa, que resuena como un ¡no aguanto más! por todo el bar: "Señores, me tengo que ir a la cama".

Y yo. (Aunque las copas no se habían rendido a los gaznates, no)
Arriba, en el pasillo, las risas resuenan más que las pisadas. Ojalá ser como el argónida, espíritu libre, y no guardar paciencia para tamaños ejercicios de egotismo.

El día estalla en luz sobre la ciudad costera, semivacía a estas alturas del año. El mar vuelve a sus cosas y a sus costas. La hoguera ya no humea, no salen más palabras del recuerdo de la conversación o la memoria se apaga entre la lluvia que, a rachas, retorna.

El taxi y el avión. Todo regresa. Incluso la sarcástica sonrisa al revivir este episodio por encima de las nubes. Nada importa demasiado. Ya sólo queda un recuerdo del mar, la claridad antes de amanecer y la intuición de no ser entre las sombras.

La impresión de haber soñado todo, desde el primer día. De ser un ente imaginado, una ficción, un juego de brillos confusos. Tal vez baste con dormir para borrar la amenaza de ese mar que siempre oscila con la luna.

Tal vez, sí, debamos cerrar los ojos...