27 de mayo de 2006

Lugares santos

Es bien extraña la memoria de los hombres. Jerusalén está plagada de lugares santos pero los fieles de tales sitios no dejan de mirar al otro, al extraño, con cierta desconfianza.

Si el lugar santo nos diese certidumbre... Pero no, no nos basta. Verídico o no, cierto o legado por la tradición, el lugar santo es trinchera en la ciudad eterna de la paz, en la que no paran de caer los templos y el cielo único, hermoso, convierte la fe en muralla, cuando no en un arbol en llamas.

Miro y me basta saber que este es el lugar en el que todo ocurrió: la maldición o el milagro. Poco me importa si fue en esta baldosa o en la calle de al lado. Aquí comienza el camino del sacrificio y de la epifanía.

Lo mismo ocurre cuando viajamos a Galilea. El lugar es una belleza que no roza la fe. Importa la bienaventuranza y no el púlpito desde el que se enunció. Fue allí, sí, pero confundir la palabra con las piedras es algo que sólo los torpes humanos, acostumbrados a tropezar tanto con ellas, con las mismas, repetimos. Mineralogía aplicable tanto al mito como al logos: ¿por qué tropezamos tanto con la misma palabra?

Y Dios en la de todos. Posted by Picasa

26 de mayo de 2006

(Gracias a Dios, no es sagrado)

Meir Shalev escribe y vive en hebreo, es parte de esta sociedad sitiada por el conflicto y por la historia. Y dice el autor en un encuentro con nosotros que la mentalidad israelí es muy diversa. Existe una mentalidad vital, mediterránea y hasta ultramoderna en Tel Aviv, que convive con otra más tradicional y a veces ultrarreligiosa en Jerusalén.

Shalev se inclina claramente por la primera, y dice con ironía: "Tel Aviv, gracias a Dios, no es sagrada". Tel Aviv es la ciudad siempre despierta, cultivada en conciertos, teatros, la ópera y hedonista en la libertad, la juventud y el ocio. Su expresión marca el futuro que las nuevas generaciones imponen a este país en el entorno de la civilización occidental.

Pero el escritor Shalev nos cuenta que nacio el mismo año que el Estado israelí, y que su infancia primera la pasó en un Kibutz del norte. A los once años su familia se mudó a Jerusalén, pero a un barrio obrero alejado sobre todo de la historia y la densa mezcolanza de creecias y poder.

Según su relato, en aquel barrio al que llegó había tres instituciones públicas destacadas: la escuela para ciegos, el manicomio y el orfanato. Pronto se acostumbró a tratar con personas mentalmente perturbadas, jugar con niños ciegos y conocer la tragedia de la orfandad. Y eso marcó su vivencia de la "cuidad eterna de la paz."

Con ironía nos relató que, para él, Jerusalén siempre será la ciudad un poco ciega, mentalmente perturbada y algo huérfana que conoció y que está gobernada por los muertos, por los nombres asociados a los templos, héroes bíblicos como Salomón, Abraham, David, Herodes... a cuya sombra se atiende "más que a la de los ciudadanos presentes".

Por contraste, Tel Aviv "está gobernada por y para los vivos y, gracias a Dios, no es sagrada..." dice.

Shalev insiste en buscar la síntesis como apuesta de futuro. Porque incluso para él, que cree en Tel Aviv como proyecto social, esta ciudad está, a su modo, huérfana de espiritualidad, algo que Jerusalén complementaría si la política dejase de mezclarse con los asuntos de la cultura y la fe. Y de poder, cabe añadir. Pero está seguro de que habrá que tenerla en cuenta.

23 de mayo de 2006

El lugar de los nombres

Yad Vashem es el lugar. Un memorial que habría que recomendar a todos. Allí guardan los nombres -y con los nombres las historias- de todas aquellas almas exterminadas cuando la Alemania nazi decidió poner todo su potencial tecnológico e industrial al servicio de una máquina de matar judíos. Eran las mil fábricas de la muerte y sus campos, que los hornos cubrieron de ceniza.

Un millón y medio del total de 6 eran niños. Como María Eisen, encerrada en el getho de Varsovia. Su padre le hizo un regalo humilde aquel último cumpleaños: una muñequita de barro, del tamaño de un dedo, sobre la que también pasó historia. Alguien, años después, ha rescatado los fragmentos -la memoria es de barro- cuando ya era tarde.

Asusta pensar con qué facilidad el laboratorio de propaganda nazi plegó la moral de los soldados ante la eficiencia técnica, porque se resolvió como un problema técnico: la obsesión por cómo hacerlo se impuso a la conciencia del qué. Y sorprende cómo la irradiación de la maquinara goebbelsiana afectó a los alemanes y a otros muchos pueblos. No estamos a salvo de la mentira repetida hasta hacerla convincente.

El nuevo museo Yad Vashem es un hachazo en la montaña, como edificio. Dentro han conseguido que las mil reliquias del dolor causado cuenten una historia triste pero mitigada por la esperanza. Nos queda el bosque plantado en honor de los justos entre las naciones.

"Un país no es sólo lo que hace sino también lo que tolera", se lee en la entrada a una sala. Claro, nación es también carácter, como la Europa de hoy no debería olvidar. Y si resulta apabullante ver la inmensa librería -toda una cúpula de interminables anaqueles- que atesora las historias de las víctimas, es aún peor conocer el dato: allí está la colección incompleta, porque sólo se han recolectado los datos de 3,5 millones. Es decir, para dos millones y medio la Shoah hizo honor a su nombre: fue el aliento de una destrucción total. Queda la impronta de su dolor injusto, su ausencia... Como una brisa entre los olivos...

"Negra leche del alba la bebemos al atardecer
la bebemos a mediodía y en la mañana y en la noche
bebemos y bebemos
cavamos una tumba en el aire no se yace estrechamente allí." (Celan)

Lo siento por Adorno pero después de Auschwitz sí hay poesia. Debe haberla, más que nunca. Pero a diferencia de lo que ocurre en España, donde la mayor parte de los autores afirman hoy en día que es un género de ficción, tal vez sea la ficción lo único intolerable en la poesía. A ella sólo hay que pedirle ya el compromiso con la realidad de la palabra. Se trata de la vida, de saltar por encima del lenguaje mortífero, y no de otras causas justas ni de juegos u ornamentos con el lenguaje. Más que juegos hay que extraer los fuegos que esconden las palabras.

El otro. La vida. He ahí el memorial de los nombres. La muerte premeditada a nivel industrial se escondió durante años en las dobleces del lenguaje antes de sembrar Europa de campos de ceniza. Por eso ahora que ha pasado tanto tiempo y los eufemismos vuelven a adornar el parto de algunas naciones hay que tener extremo cuidado. No estamos a salvo de la mentira.

El lenguaje puede ser mortífero, como Celan sabía. Llamad a las cosas por su nombre, porque existe un lugar para todos los nombres.

22 de mayo de 2006

Su(per)posición

Tal y como podemos ver que se cuentan las lamparillas y las teselas de los mosaicos que "pertenecen" a cada culto en el Santo Sepulcro, la Tierra Santa está sedienta de posibilismo. Un lugar por cuya posesión todos pugnan. Pero si la fe permanece de espaldas a la realidad, la próxima página se parecerá a las anteriores de esta historia siempre escrita con sangre.

Como todo allí, está superpuesto: las glesias, los dioses, los fieles y los infieles. Aquí hay que super-ponerse en el lugar del otro. Pero para eso antes son necesarias unas bases -que estuvieron cerca de lograrse en Oslo- lejanas aún.

Mientras el vecino árabe no descienda de la venganza de los cielos a la arena política, nada se podrá hacer. Es como si Israel exigiese volver a Herodes el Grande.

E Irán insiste últimamente en borrarlos del mapa en el mismo discurso estupefaciente que niega el Holocausto. Parece una broma pero es algo parecido a una pesadilla.

Tal vez no sea necesario estar aquí para comprender la dificultad y la amenaza que hay en los orígenes de este conflicto. ¿Tal vez lo puedan sentir desde algún otro lugar los hombres?

Comienzo (Israel)

Si hay un lugar en el mundo donde la luz se adensa es éste. Densidad de almas, densidad de espíritu, densidad de los hombres y los siglos, de la sangre y hasta del odio. Denso el tiempo y hasta la vida que, aun con dificutad, se abre milagrosamente paso.

Tierra de profecía y maldición. La densidad es de la palabra, aquí estratigráficamente precipitada sobre sí misma, algo asi como lo que acontece con el hielo en la Antártida, es lo que ocurre con la palabra en este suelo de fuego. Y al excavarla memoria adentro, con la palabra sondeamos las partículas de nuestra propia historia de especie -¿desolada? ¡particular!- hasta llegar al principio.

El Bereschit del Zohar, el principio de un mundo hecho desde la palabra, o sus permutaciones cabalísticas. La palabra es Elohim, Dios -siguiendo el libro escrito en Leon-, un fulgor que precedió a la luz.

Y el aire es tan ligero, aquí, brisa de litoral, que resulta increíble la espiral violenta, la dificultad para comprender el esplendor del mundo, o el esplendor del firmamento (eso es Zohar), que endulza los racimos que nos sobreviven. Y no dejemos de pensar que lo rodea el odio arraigado y que ha sido escenario de muy grande sufrimiento, pero sería injusto igualmente olvidar que fue un sueño avivado en los brindis y los votos de un pueblo desperdigado y masacrado. Ascua a la intemperie que no apagaron los siglos y hoy realidad maravillosa aunque imperfecta, sitiada. Bromean: "No es un país, es un milagro", pero ésta era de antiguo la tierra sobrenatural, transustanciada de agua en vino, la de los panes y los peces multiplicados. El milagro verdadero ocurrirá cuando, como subrayan, "seamos un país como los otros". Ni más ni menos.

¿Atenas o Esparta? Están las dos, aquí, y ya no son gentiles. Existe una sociedad mayoritariamente abierta y democráticamente libre -en el sentido que nuestra civilización lo entiende- que lucha por esa libertad, que la defiende, hasta la injusticia en ocasiones. ¿Podríamos hallar exactamete lo mismo al otro lado?

Hamás, una respuesta cuyo eco va más allá de la política.

14 de mayo de 2006

Crónica al pie del tren de Gamoneda

Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931) se bajó del tren en Chamartín, procedente de León, ayer (viernes, 11-5-06) a las 15:40. Caminaba despacio por el andén y allí se abrazó a su hija Amelia. No hacía ni dos horas que sabía por una llamada al móvil que era el ganador del premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana de este año. «Desde que me lo han dicho, traté de seguir trabajando pero esto no paraba de sonar...», dice señalando al teléfono móvil, con la batería exangüe, y se lo entrega a Amelia.

Tiene su enjundia que Gamoneda conociese la gloria del premio de Patrimonio Nacional subido a un tren, en medio del camino a Madrid. Ahora sabe que el jurado ha destacado en su obra «la señal explícita de una tradición escondida, asociada a la tierra y la vivencia» y que le considera «ajeno a las habituales clasificaciones generacionales», y «de hondura inigualable». No en vano se impuso en la reñida votación final a Blanca Varela y Francisco Brines. El jurado lo ha presidido Yago Pico de Coaña, presidente de Patrimonio, y lo forman Juan Gelman, José Saramago, Josefina Aldecoa, Humberto López Morales, Santiago Castelo, Enrique Battaner y Anna Caballé, entre otros.

Estamos en una estación y la poesía parece un paso a nivel, intenso e inesperado, cuyas vías no sabemos dónde llevan. Y las palabras son traviesas. El caso es que ganó Gamoneda, aunque es poeta del olvido y la pérdida, cuando venía a Madrid a acompañar a Gelman, premiado el año anterior, en la entrega del galardón y en el recital junto a Caballero Bonald y a Boccanera. Ahora asume el premio con alegría pero sin excitación, según confiesa mientras la megafonía anuncia un tren, tal vez poético, que salió de Tres Cantos.

Chamartín es un hervidero de idas y venidas a esa hora de la tarde. Cada uno, con sus maletas o con sus pensamientos, busca un destino. Nosotros buscamos un lugar donde sentarnos y conversar. Gamoneda nos comenta que piensa recitar en Palacio versos del último libro, dedicado a su nieta Cecilia, «lo he elegido porque lo quiero especialmente. Es el último y, además, es el más delgado».

—¿Ligero de equipaje?
—Sí, sí, claro. Ligero de equipaje.

«Cecilia» (incluido en «Esta luz» Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg) es un libro en el que la mirada del viejo poeta se asombra con la vida recién llegada: «Bajo los sauces/ yo te llevo en mis brazos y te siento vivir./ Después salimos a la luz y, por primera vez,/ tú ves el cielo y lo señalas y lo nombras./ Es verdad, en el extremo de tus manos,/ el cielo es grande y azul».

—El premio le permite hacer balance: ¿cómo ve desde aquí su obra?
—Mi obra podría ser mejor, y soy muy crítico con mi poesía de juventud, en particular. Ahora creo que no me queda ya mucho tiempo, soy mayorcito, pero es que incluso la poesía nos abandona y nos quedamos sin ella. No me quedarán muchos libros por escribir.

—¿Qué escribe estos días?
—Hace cuatro o cinco meses que no escribo ni un solo poema. Estoy con mis memorias de infancia, que en la primera entrega llegarán hasta los 14 años.

—¿Por qué hay una palabra poética?
—La palabra poética cogida de la mano del pensamiento poético es una palabra anormal, una palabra que no es de carácter informativo, ni descriptivo, sino de creación y de revelación, incluso, de lo que el poeta sabe, aunque no sabe que lo sabe.

—Se dice que con los años su estilo ha llegado a una gran desnudez.
—No me preocupa el estilo y no me paro a pensar si estoy en la sencillez o, como algunos me reprochan, en una actitud hermética. Mi escritura es una forma de necesidad y se plantea sin que yo la programe, se programa solita.

—¿Por qué algunos dictaminan sobre lo que es la poesía y lo que no?
—Quizá porque desconocen la verdadera causa y finalidad de la poesía y entienden que se trata sólo de palabra ornamentada. ¡No! Su causa y finalidad es la creación de un placer y, aun cuando se refiera a realidades conocidas, un valor al que acompaña algo que se desconoce y se revela.

—Si se encontrase hoy con el Gamoneda de 18 años, ¿le aconsejaría?
—No le daría ningún consejo. Todos tenemos que atravesar el terreno del error, que puede durar incluso hasta la propia actualidad. Es que vivimos sobre el error, y ya Juan de Yepes habló de un «no saber». De ahí deberíamos sacar algunas conclusiones.


A sí mismo no, pero a Cecilia, su nieta, le dijo ayer en voz alta como un palacio: «Con tu lengua atravesada por una ignorancia luminosa hablas de una flor invisible. Hablas de ti misma./ Nunca tuve en mis manos/ una flor invisible.»