"Vencejo con alas demasiado grandes, que gira gritando su gozo alrededor de la casa. Tal es el corazón.
Deseca el trueno. Siembra en la serenidad del cielo. Si roza el suelo, se desgarra.
Su réplica es la golondrina. Por serle familiar él la detesta. ¿Merece el encaje de la torre?
Para en el hueco más sombrío. Nadie sufre estrechez mayor.
En el verano de larga claridad, se deslizará hacia las tinieblas por las persianas de medianoche.
No hay ojos que lo retengan. El grito es su presencia entera. Un fusil frágil va a abatirlo. Tal es el corazón."
(Poema de René Char)
Hasta 250 km/h en vuelo y frena en un par de metros
Oculto por la fama "romántica" de la golondrina (¿No pudieron ser vencejos las oscuras golondrinas becquerianas?) el vencejo (apus apus, o martinet en frances o swift en inglés) es un espíritu esquivo. Sus alas negras se encuentran entre las más dúctiles del mundo y le hacen capaz de acrobacias asombrosas, a velocidades de vértigo.
Vive veloz. Migra y anida en las casas de los hombres y tal vez cumple como ninguna otra criatura sus ansias de volar. Tan el vuelo se hizo el vencejo que ya no sabe posarse, sus patas han perdido la fuerza necesaria para el despegue, de modo que cuando roza el suelo ya no remonta y muere. Así las cosas, anida en las alturas desde donde se lanza en brazos de la luz, desde cornisas y grietas en los tejados. Sus nidos son estrechos y los fabrica con una mezcla de barro, ramas y plumas cimentadas con su propia saliva. Y su grito es estridente como pocos. Es un estallido de vitalidad, un borrador de nombres, la música del mundo reducida a pulsión. Tal es el corazón, como bien dice René Char.
En el atardecer anuda finos laberintos, sobre los pueblos y las ciudades va enhebrando la noche con últimos hilos de luz, hasta crear verdaderas marañas con las insólitas persecuciones que lo convierten en una flecha por el aire. Mientras, caza en pleno vuelo su alimento, insectos voladores a los que su grito paraliza. Cuando la noche cae, él asciende a lo más alto para echarse a dormir sobre la nada. Su vuelo entonces remueve las horas, las sombras.
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Tiene la cabecita afilada y triagular, con el pico aguileño, y así semeja un diminuto halcón. De tal modo es el vuelo y nada más que ninguna otra ave copula mientras recorre el cielo. Se acopla y duerme en el aire, sí.
Los ingenieros aeronáuticos repararon hace muy poco en él y sus alas han inspirado algunos de los últimos aparatos voladores. No valen nada si los comparamos con él.
Ya relaté en una entrada anterior, titulada "luzazul", cómo gracias a los vencejos del atardecer tuve la más nítida visión -revelación es palabra más fiel- de que lo profundo es el aire, como decía Guillén. Y recuerdo que, cuando era pequeño, tuve uno entre las manos, un pájaro caído, tristísimo, vencido vencejo. Desde entonces me hechiza verlos volar, oírlos. Pude ver sus ojos mágicos y redondos, prodigio del mundo, atlas de azabache. Negros solecillos indómitos.
Ayer después de leer el poema de Char, recordé todo esto. Puse la radio y viví un segundo verdaderamente irreal. En la emisora sonaba una canción familiar, de los Beatles. Oírla mientras pensaba, precisamente, en escribir un post como éste me dejó pasmado:
Black Bird
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Blackbird singing in the dead of night
Take these broken wings and learn to fly
All your life
You were only waiting for this moment to arise.
Blackbird singing in the dead of night
Take these sunken eyes and learn to see
All your life
You were only waiting for this moment to be free.
Blackbird fly, Blackbird fly
Into the light of dark black night.
Blackbird fly, Blackbird fly
Into the light of dark black night.
Blackbird singing in the dead of night
Take these broken wings and learn to fly
All your life
You were only waiting for this moment to arise
You were only waiting for this moment to arise
You were only waiting for this moment to arise.
(The Beatles)
2 comentarios:
Hola, Jesús..
Viajando con tus vencejos y blackbirds recordaba las Cartas a las golondrinas de Ramón... que las utilizaba ---desde el destierro final--- como mensajeras a quienes confiaba sus tribulaciones íntimas...
Avanti.
Ya sabes que para él las golondrinas eran ya del trasmundo porque las escribió después de la automoribundia.
Pero divirtámonos con él:
"Os envidio por todo eso y porque al conocer como conocéis el sol en la cornisa, conocéis lo mejor del mundo.
"Cuando os tiráis del alero como sí os suicidaseis, parecéis papeles recortados en forma de golondrina que arrojan desde lo alto, pero en seguida os reanimáis como aleluyas vivas".
Ahora, que yo prefiero la honda contemplación de la naturaleza de Char, que la "charada" ramonesca, siempre llenga de luz ingeniosa, pero de una profundidad de pensamiento a mi entender menor. Y gracias, Quiño, por venir un rato a vista de pájaro.
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