4 de agosto de 2006

Con Pla en el Cabo de Creus

Estos días, leyendo las Historias del Ampurdan, editadas por Juventud, me quedo con los relatos de Pla sobre el contrabando en las arriesgadas costas del Cabo. Los relatos vívidos y vividos, como siempre, documentan no sólo las artes perdidas en el mar del tiempo, el calafateado y diseño artesanal de las naves de pesca y cabotaje, las técnicas para esquivar la atención de los carabinieros y la guardia civil antes de desembarcar el contrabando..., también son testimonio de un mundo perdido rápidamente. Ni la controlada locura daliniana, que mal envejece, por cierto, podría haber imaginado qué rápidamente desaparece todo en una inundación, tsunami desde tierra, de turistas sureños y nórdicos, gadgets electrónicos, coches con navegador GPS y dietas escandinavizadas.

No por mucho madrugar amanece más temprano, y el caso es que en el Cabo madruga el amanecer, por ser la punta oriental de la península. Ahora bien, los atascos en la escarpada carretera a Cadaqués y los tumultos que persiguen el genio desaparecido, tal vez cubierto por la bruma, o soplado por la tramontana como un sueño ligero, de Dalí, no van a dar con el mundo que la realidad de esta luz mineral les ofrece.

Perdido el ancestro rural, el país cuyos paisanos, según Pla, decían "voy al Ampurdán" cuando salían del cabo; desaparecido el sabor de las cosas reales y difíciles en esta dramaturgia de veraneo continuo, de facilidad, que la costa ha sabido construir, basta mirar con nuestros ojos para extraer la sustancia que la realidad nos oculta, como siempre. Rostros, sueños, torpezas, nostalgias, mundos perdidos... todo eso permanece, como las olas, las pocas medusas que mueven su miriñaque con elegante prestancia y casi con urticante coquetería. La ensalada de lenguas y miradas, la amanida de perfumes y bronceadores, es parte de la vida aquí. Es la piel de un rostro que no podemos dejar de mirar.

Luego, al fondo, la lectura y la viviencia infantil de otros mares más de pescadores de la era humana y sencilla, no del siglo del puerto deportivo y el turismo activo, pueden pintar para nosotros las raíces que, en el fondo, todos venimos a buscar: el silencio, y el mar hecho murmullo. El viento jugando con nuestros pasos, en un fondo húmedo y callado. El cielo barrido por el viento. Las personas cercanas. Los sabores del mar. Las largas sobremesas.

Levantamos los ojos del libro y ahí están las historias de hoy, como entonces, distintas pero humanas, de tan deshumanizadas. La soledad no se la lleva el viento, va pegada a cada uno. Mi vecino de mesa mira al horizonte. Y aquí podría empezar una aventura, un relato distinto.

Porque el mar es una piel y el sol gira inconscientemente. Sólo la luna mueve esta realidad, esta marea que los hombres no sabemos gestionar. Recuerdos, sentimientos, horas luminosas.

La sal, de nuevo. El corazón llegando hasta los ojos.