Aún no era de noche. En pleno atardecer del sábado Antonio Vega subió al escenario del Conde Duque, «a la hora de las sombras largas, donde nacen los hechizos», y presentó en los Veranos de la Villa su último disco: «3.000 noches con Marga», un mar redondo de amor, pero también un océano de sol y soledad, que el fundador de Nacha Pop dirige directamente al cielo, a la constelación de Orión.
Delgadísimo, casi invisible entre la densa música, y algo encorvado, Antonio se encaramaba al mástil fiel de su guitarra, concentrado, casi sin hablar al principio; apenas un «hola, chicos» cuando llegó a escena. Abría fuego con un tema ya viejo, «Anatomía de una ola». A apartir de este punto Antonio y su grupo realizaron una sabia mezcla de las canciones de su último disco con otras ya clásicas, casi todas gobernadas por los vientos del amor.
Al principio el público los recibió con alguna frialdad. Antonio empezó vuelto hacia sí mismo, parado, con movimientos seguros, aunque mínimos, sobre la guitarra. Pero llenándolo todo con su cálida voz. Como un capitán Ahab persiguiendo su imposible, Antonio timonea lo que de lejos pudiera parecer una nave desvencijada pero que, de pronto, despliega las alas insólitas, grandes, inmensas de su música y —a toda vela, a toda Vega— alcanza los círculos lejanos de las estrellas donde vuela algún «Ángel de Orión», porque aún envía allí su amor por Marga.
Y así, mientras la noche se extendía viajamos por la banda sonora de nuestra propia vida y llegamos hasta donde alguna vez «nos llevó la imaginación con los ojos cerrados». Fueron las primeras notas de «El sitio de mi recreo» el punto de inflexión que hizo estallar en aplausos entusiastas a los miles de personas que mostraron el cariño muy especial de Madrid por Antonio Vega. Para entonces la noche era rotunda y lucía un buen puñado de estrellas. Entre Vega y Orión, sobre el cielo de Madrid, se abrían ya los «Caminos infinitos»: «Se amontonan tantos años, uno a uno y diez a diez, la luz de la mesilla ilumina hoy letras de ayer...»
Escamas de la soledad
Muchos y célebres amigos del cantante no se quisieron perder el concierto. Pero el Conde Duque rebosaba, y él seguía desgranando canciones, como «Pasa el otoño»: «Atados manos y pies al corazón que fui fiel ojalá me condenaran a la niñez». Antonio fue recorriendo sin pausa su vida hecha música entre el pasado de «Me quedo contigo», «Se dejaba llevar por ti» o «Elixir de juventud», la luminosidad de «Pueblos blancos» y la premonición de «Cada sombra en la pared» —«sombras perdidas en la multitud, la multitud de las sombras», un guiño a la oscuridad a ritmo de swing, con cuarteto de metales que se sumó a la formación en la que destacaba su siempre seguro y fiel Basilio Martí—. Así la nave nos llevó hasta los límites de un «Océano de sol».
En el Conde Duque, Antonio iba gastando púas, como quitándole escamas a su soledad, y cada vez miraba más directamente a la grada, que le jaleaba con mucho afecto. Él, chico solitario, lanzaba las púas rotas, las escamas de su soledad, hacia un público entregado, como regalos que acompañaba con una sonrisa. Parecía un niño que tirase piedrecillas a un estanque, a uno de los misteriosos lagos del tiempo, porque un día cualquiera no sabes qué hora es...
Y pareció que mirase crecer los círculos en ese agua que lava los años con canciones y empapa nuestros poros, y rompe el sueño y la soledad, otros amores, discos que abrazan y luego circundan de silencio e inteligencia las palabras. Y estuvo presente, cómo no («esta para que la cantéis», le dijo al público), la «Chica de ayer», el himno madrileño de la movida que fue compuesto en la playa de la Malvarrosa, mirando al mar de un tiempo en fuga.
Orion
¿Qué decir? Supo a poco, tal vez porque faltó alguna canción, como «Te espero», porque como siempre, como es bueno, una vez más «se quedó en el tintero la promesa de un mundo mejor»..
1 comentario:
Ha sido una mañana muy sugestiva gracias al primer relato. Quería agradecértelo :)
Publicar un comentario