13 de diciembre de 2004

La senda de los deseos... y la Abubilla de Hans Werner Henze


Atardecer final de L'Upupa und der Triumph der Sohnesliebe. Posted by Hello


Si el hombre pudiera decir la verdad de su amor verdadero, si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo, como una nube en la luz, yo sería aquél que imaginaba.

Con palabras de Cernuda nos viene hasta la boca el regusto de manzana en parte prohibida, en parte ansiada que reproduce esta aventura musical y escénica de Henze. Un viaje sonoro y mítico, al menos legendario, que no deja de sorprender. Personalmente me inquieta el hecho de que para plantear esta encrucijada verdaderamente moral, el autor parezca haber usado el territorio de las mil y una noches como papilla para que todos podamos digerirlo. Porque, ¿miraríamos con la misma limpieza en los ojos estas disyuntivas en un entorno urbano, moderno, no-mítico? Si un hombre como Henze aún apuesta por el lenguaje de la poesía debe ser por una buena razón. Un hombre, una mujer, un demonio y una manzana figuran en el centro de todo.

El hombre puro, Kasim, no es aquí el santo célibe, ni el asceta, ni el wagneriano héroe que no conoce el miedo. Tal vez se parece más al protagonista de La Flauta Mágica, aunque su laberino no está acosado por símbolos con un sentido premeditado, con una pedagogía metapoética. No. Aquí, el hombre puro está encerrado en su propia soledad, un laberinto que cuadra bien con el desierto y que tiene en el deseo su única imantación, su brújula salvífica y redundante. Pero el deseo, bien entendido, no como capricho de un momento, sino como flujo que mana del corazón. La nobleza de Kasim hacia sus deseos le hace puro. Y no precisa cumplir promesas a quienes le conceden sus objetivos -la abubilla a cambio de la novia, la novia a cambio de la caja...- para mantener recto su camino. Sólo rinde cuentas a su corazón, caso asombroso de pureza y libertad.

La maldad se manifiesta, es torpe, son los hermanos de Kasim, atados al capricho del momento y sordos ante su propio corazón. Lo más curioso de todo es que, lo que resultara salvífico, surge de la íntima relación, afrontada sin temor, de Kasim con su demonio, con su daimon. Un demonio que a veces anima a Kasim a terminar la búsqueda y acabar con los líos, a lo que él responderá... De ningún modo acabará, ni acabará el riesgo de vivir ni llegará la calma...

A un día le sigue otro día y bástale su afan, que no es poco. El demonio de Kasim aprende con él, le sigue, y finalmente se rinde al terminar la aventura y enseña sus cartas. Es la escena en la que participan un hombre, una mujer, un demonio y una manzana. La mujer ha sido rescatada y ama a Kasim. Kasim la quiere desposar, pero ambos reconocen la importante ayuda recibida del demonio para haber llegado de vuelta a casa. Ambos quieren agradecérselo y le hacen una pregunta inédita a un demonio: ¿hay algo que quieras?

Y el demonio les pide una manzana, probar la manzana del árbol vedado -para él- y venerado, saborear lo mejor de la vida, su plenitud en un mordisco. No como el vampiro, para consumir esa plenitud, sino para compararla, para saber ese sabor del que se habla con cierta reverencia en la insípida eternidad de este demonio. Kasim le promete volver con la manzana en un par de días y regalársela. Es una promesa grave, surgida como el resto de sus deseos, con la rectitud propia de quien platica noblemente con su corazón. Se despiden.

Al día siguiente, vuelven los novios a casa, el padre les festeja y castigan a los caínes de sus hermanos. No con la muerte, que el padre exigía, sino con las cloacas, según sentencia que dicta Kasim, un lugar mítico para la miseria de los caprichos y de la innobleza.

El padre quiere que se desposen mañana y entonces, ironía finísima, Kasim dice que mañana no puede, porque tiene que cumplir su promesa y regalarle una manzana a su demonio. Un hombre serio y puro cumple con su demonio, es una lección a tener en cuenta hoy por todos. No hay hombre sin sombra, ni amor sin sombra, ni sombra sin el bies de su misma sombra.

El viaje por la senda de los deseos concluye con un atardecer, promesa de un mañana continuo, promesa cumplida para un demonio al morder el fruto del árbol de la vida, reviviendo como el demonio de mañana para integrarse en el amor de un hombre, en su franco discurso con el deseo, tan necesario para poder vivir en derredor de una manzana, que es la vida, tal vez para limpiar sus ojos hasta comprender que el atardecer y el amanecer llegan a ser lo mismo: promesas de la luz, vuelos del pensamiento, nubes hacia lo alto, bendita incertidumbre y el más noble desear que siempre orienta hacia la vida, siempre hacia la vida, hacia su conciencia y su celebración, hacia su respeto como bien sagrado. Atardece y no, nunca llegará la calma. Por eso mismo nunca, siempre.

11 de diciembre de 2004

Desapariciones (posibles)


No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.


F. Pessoa
Posted by Hello

9 de diciembre de 2004

En un lugar del Mediterráneo de cuyo nombre... no debo acordarme

Tengo un balcón al mar. No ha amanecido aún. Hay cierta claridad que se adivina, fosforescencia que persiste en las tinieblas. El mar de invierno rompe. Palmeras agitadas, rocas sacudidas por las olas y el viento resuenan en la noche y vibran en los cristales. La luz de la luna da frío. Sostienes la mirada. Intuyes barcos a lo lejos tratando de abrazar la oscuridad con redes inútiles.

Un rato más, unas horas más, y la claridad comienza a abrirse paso por un hueco anaranjado entre las nubes. La claridad no está en el pensamiento. La superficie de la mar se alisa como una sábana plateada.

El viento se detiene. Una hilera de pájaros vuela luminosa y rasante sobre las aguas. La lluvia se aleja sobre el mar, se derrama por el horizonte, entre las arquivoltas luminosas, grises de las nubes.

Tengo un balcón al mar, en el hotel. En un hotel, junto al Mediterráneo. La soledad humea como una hoguera apagada; recuerdas las conversaciones, la víspera, de alcohol y tertulia literaria. El pesado nos relataba su propio ego-tour, excursión extra que no venía incluida en el paquete del viaje. Se vuelve insoportable, lastimoso, porque no comunica nada verdadero de sí, sólo se pavonea: prácticamente, vinieron a pedirle por favor que escribiera aquel libro; prácticamente, se dedica a la literatura contra su propio destino; prácticamente, sus libros los recomiendan en la tele algunos tertulianos en fila de a dos. Tanta fanfarronada inane, casi hasta el desmayo, monólogo de Maruja... Mallo. El relato alcanzó el patetismo de los hospitales y los decesos y entonces un Caballero andaluz, entrado en años, el Caballero palmea fuerte la mesa, que resuena como un ¡no aguanto más! por todo el bar: "Señores, me tengo que ir a la cama".

Y yo. (Aunque las copas no se habían rendido a los gaznates, no)
Arriba, en el pasillo, las risas resuenan más que las pisadas. Ojalá ser como el argónida, espíritu libre, y no guardar paciencia para tamaños ejercicios de egotismo.

El día estalla en luz sobre la ciudad costera, semivacía a estas alturas del año. El mar vuelve a sus cosas y a sus costas. La hoguera ya no humea, no salen más palabras del recuerdo de la conversación o la memoria se apaga entre la lluvia que, a rachas, retorna.

El taxi y el avión. Todo regresa. Incluso la sarcástica sonrisa al revivir este episodio por encima de las nubes. Nada importa demasiado. Ya sólo queda un recuerdo del mar, la claridad antes de amanecer y la intuición de no ser entre las sombras.

La impresión de haber soñado todo, desde el primer día. De ser un ente imaginado, una ficción, un juego de brillos confusos. Tal vez baste con dormir para borrar la amenaza de ese mar que siempre oscila con la luna.

Tal vez, sí, debamos cerrar los ojos...

21 de noviembre de 2004

Eastman, el mar y los confines (La Coruña)

Este confín, este Finisterre atlántico, este mar de horizonte apagado, brumoso, es también un espejo. Algo hay, mar adentro, de nosotros y no es la gana de morir. No es solamente barruntar el fin lo que se asoma a este confín de las tierras desde nuestros ojos. Los barcos regresan al atardecer, buscando aguas tranquilas, el refugio del puerto que también significa la seguridad de una nueva incertidumbre, que ha de llegar con el nuevo día.

Un mar de dudas, brumas en el horizonte y también sobre la tierra, que el sol de la mañana va corriendo como una suave cortina. Y todo nos deslumbra, la humedad en los árboles y sobre el asfalto, el cielo azul azul y la lejanía de los montes brillando. Un mundo nuevo, el nuevo mundo, también está mar adentro, bruma adentro, espejo adentro.

Imágenes del mundo, iconos sabidos casi de memoria, la colección Eastman en la Fundación Barrié. Guerras, retratos, miradas en el mar del tiempo, igual que el nombre de la dirección de este blog. Tiempo adentro hay tanto sufrimiento como resistencia. Capa y su foto de la muerte (del miliciano en Cerro Muriano) y la del miedo de quienes desembarcaban el día D; Cartier Bresson y la caída de los "colaboracionistas", la primera foto de un rayo, la ejecución de un prisionero vietnamita bajo la luz, asesinato en mitad de la luz; la medida del llanto de una niña desnuda y abrasada que huye del napalm y nos quema los ojos, las fotos de las estrellas de Hollywood, los rostros de los grandes retratos, la mirada fija en ningún sitio de una madre feriante en California, los parajes místicos de Ansel Adams que nos hacen pensar en los paisajes del alma, en la orografía de nuestros miedos y nuestros sueños, el rostro impertinente del asesino de Lincoln que nos revela que no toda tradición acarrea dignidad... Y la bala que revienta una manzana, o la primera gota de agua detenida por las nuevas técnicas y velocidades fotográficas...

¿Hemos pasado de la bala en el cráneo de un vietnamita a la instantánea de la manzana, menuda metáfora, que nos hace pensar en los detalles del efecto de la primera? La bala es un invento obsceno, que resume nuestro potencial técnico. Es una piedra sencilla, un guijarro metálico lanzado por un tirachinas potentísimo. Citius altius fortius también tiene un lado oscuro. Nuestro desarrollo técnico, nuestra velocidan no alcanzan el espíritu. Matamos más rápido, más alto y más fuerte, pero eso no es mejor. Los paisajes del espíritu precisan de dificultad, sin acantilados de cristal tras nuestros ojos no hay mejora posible. Eastman enseña al westman que visita Galicia todo esto.

Pero después hay que ascender a la Torre hercúlea, 231 escalones, más que los de Hitchkock dejaba en 39. Para asomarse al mar de las dudas a vista de pájaro, sobre la incierta luz que dibuja brisas y nubes, y recobrar el aliento, el pneuma que nos define, que hace posible las palabras. Altius, para volver a vernos en el espejo infinito del mar, Citius y tal vez Fortius para regresar a tierra como los barcos, cargados con un tesoro verdaderamente útil, ganado en el vaivén de las olas, entre las joyas de la espuma.

Todos buscando una luz, un faro, una ciudad, una candela en el hogar, caldo caliente, redundantes palabras, amistad y la risa, ay la risa, ese gran borrador de las sombras que nos atenazan. Olvido leve, necesario y vital como un latido del pneuma.

"Borrara el horizonte las derrotas" dice el poeta. Pero en los confines uno vuelve a encontrar la belleza. Y tal vez la palabra, que nace a la sombra de los dioses en los desiertos y nunca en la ciudad de los hombres.

Es un desierto el mar. Tal vez los barcos son sus caravanas y llenan la bodega también de palabras surgidas en un manantial más allá del confín. Tal vez mar adentro sólo están la vida y la muerte, platicando con las palabras que allá mismo inventan.

26 de septiembre de 2004

Con Homem Cardoso en Cabo de Roca, 30 de enero de 2004

Hay que matar la saudade, como ha dicho António Homem Cardoso, amigo al que no veía desde Ryad, hace tres años. Matemos la saudade cada día, no renunciemos a hacerlo, como si la sentimentalidad fuese un añadido perfecto, necesario para ser hombre. Pessoa contesta al periodista que le pregunta por la huella romana en nuestra cultura: "¿Romana? Yo sólo conozco ideas griegas y ruinas de Roma".
Pues eso, vivir en presencia del dios Griego, la alteración intensa de la realidad, la fugacidad puesta en fuga, a su vez, delante de los ojos.
Un pez, verduras y algo de queso fresco con mermelada de calabaza. Y conversar bajo el viento infinito del Atlántico, que trae las voces y los miles de rumores que las olas mezclan o decantan.
Palabras que vienen, como el vino, hasta la boca, con un sabor extraño que olvida las tormentas, con regusto de tierra y de madera.
Las nubes son gigantes y sombrías sobre el mar al oeste. Nos miramos. El tiempo ya se acaba. Para recordarnos, para no olvidar lo que somos, hay que matar la saudade. Es como un brindis por la vida, que huye entre la luz como el agua que cogemos con las manos.
Qué extrañas las liturgias de la soledad.
Mirando al mar oscuro mataré la saudade. Para que viva en mí.

Amsterdam, 175 años del nacimiento de Van Gogh

"En la pequeña historia de mi alma", dice Nishitani y pienso en cada uno, en Van Gogh, claro; y en la historia de la suya. Los olivares me han atravesado, me hicieron volar hasta la realidad, extrayéndome de ella.
Ir a ninguna parte es un viaje maravilloso. Al sur de Francia o al siguiente autorretrato, pequeña historia de mi alma, con tantos hitos como pentimientos.
¿Qué cambia, en realidad, su muerte? Creo que nada, aunque aproximarse a las obras de julio de 1890, cuando se disparó, te llena de una carga extra de compasión. Porque sufrir es también un color, que niega la Academia. Explicar a Van Gogh fuera de su genio, de su rareza, de su patología tan traída y llevada, convierte su mirada en verdadero reto. Si los árboles hablan, y él los pinta como vida casi hirviendo, ¿por qué tanta soledad?
Árbol caído el pintor también, hablando su color, sus trazos, sus trozos, para que despertemos. ¿Qué dicen los árboles? Que todo es vida y toda vida es muerte, que el camino arriba -cielo que azul arde- y el camino abajo -la yerba, los troncos, la irrealidad del suelo como límite a la luz- son uno sólo y el mismo.
La realidad, ¿cómo se pinta, cómo se escribe? Tal vez algo borrándonos, un paso a cada paso, tal vez con algo exótico, ajeno, o alguien que llevamos de la mano. Tal vez callando para lanzar piedras como palabras a un agua que intuimos, que muy pocos conocen; que muy pocos se convencen de que existe.
Ni el que tira.

Volando a Londres, vísperas de Arabia, Febrero de 2001

Voy leyendo poesía, para quitarle, pelarle las escamas al frío de este viaje. El frío de lo protocolario, danza de hielo principesco, del simio que juega con su cetro -fémur roto- y lo lanza para escribir en el cielo los signos de su poder ostentoso. Más que viaje es un cortejo, de príncipes que se reúnen en Ryad.
Leo poesía, voy con Valente y sigo el camino que dejó, sus migas de pulgarcito, el esqueleto de su viaje y de su mundo, en este libro de Anatomía de la palabra, oh dioses, sencillamente eso, el bisturí paciente y la mano sabia: órganos, nervios, músculos, vasos, corazón y todo extendido como alfombra ante los ojos, como se da infinita y hermosa. Para que luego te diga no, no es esto, sino la música, latido; no su sonido , sino conciencia de su flujo; no es la sangre, sino su potencia: circular, circundar, secarse, derramarse. Anatomía: palabra es anuncio de la Sed.
Y vuelvo a lo de siempre, a ese lugar perdido donde hallar fuerzas ante mis fracturas. Y vengo de ver un milagro, la cara de Bruno en la ecografía, así que el desierto no me deslumbrará. Aún está en el limo, dentro del verde y grande y profundo ojo de Dios, que dice Valente, nadando como un pez sólo intuido, aún dispuesto a llenarnos de luz.
A luz. Decir a luz en este mundo oscuro donde caminamos.
De la ecografía al avión, apenas unas horas. Veo la costa como una constelación. Es Londres, estuario, todo aún Tierra Baldía, esperando la luz de cada día, tierra esperando siempre, mientras el sol se apaga...

18 de septiembre de 2004

Pasado reciente

Venecia, 1995. Palacio Ducal

Bruno y Casanova colgaron en sendas jaulas de las salas del Palacio Ducal (la de los Diez del Consejo). Al montador incorregible lo mirarían como a un animal extraño y lejanamente envidiado o admirado.
De Bruno, ¿alguien entendería el fuego que ahogaba su inteligencia?
Mayor descubrimiento la respuesta de Galileo a sus jueces, la de un niño al que su padre ha regañado.
Y Venecia se hunde lentamente, arde en su luz dorada. Te jodes. Eppur si muove


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Luna de miel

Todo lo que perdimos -la maleta- ha sido con bien hallado... Si quieres hallarlo todo, no quieras hallarte en nada... Y todo aquello que hubiéramos hallado -los estupendos gnocci, las vistas desde el Campanille, las salas del Consejo- todo eso está perdido para siempre.


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Entramos en el Ospedale della Pietà y oímos un concierto de Vivaldi, por casualidad

¿Como decirlo hermosamente? Nos queda el sonido que llena el aire de la casa de Vivaldi, el Ospedale della Pietà, nos queda su música hallada cuando nada buscábamos, su concierto, la flauta, el fagot y la cuerda llenos de belleza. Pudimos ver, por el rabillo del ojo, al tozudo Haendel de Alejo Carpentier, asomado para escuchar al Prette Rosso y su concierto barroco.
En la grabación pirata que hice, toda la orquesta suena como una “glass armonica”, porque en el templo había demasiada reverberación. Ésta es la música que soñamos en la chiesa de Vivaldi. El resto es obra de la apagada luz, el sonido de las olas, el vértigo dorado hacia la noche, los idiomas aliñando la ensalada de calles sin más salida que la imaginación.

Porque la mente también cabecea como una góndola, signore, hasta la muerte, algo que llamamos duda, grazie, no, algo que al final será un rumbo.
Suena un bandoneón circa del Ospedale y eso es también Venecia: un gran y hermoso engaño, la vida, que nuestra cabeceante góndola, sin un minuto de descanso, por las aguas del día, de la noche o del sueño, por murmullos y rumbos y derrotas, atraviesa.




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Volando a Atenas, fuente de los sueños. Marzo de 1998

Puede que en estas hojas esté todo lo importante. Y el resto no sea silencio, sino quizá la vida. El hijo crece, intenta sus palabras, quiere nombrar el mundo y estas hojas reúnen palabras mías, busconas perdidas queriendo nombrar el mismo mundo.

Atenas era un sueño. No quería haberlo vivido solo. Pero, como he releído tanto tiempo después en estas páginas, al final será un rumbo. Sobrevolamos Corfú, arcadia de la infancia de G. Durrell.
Y el mar jónico.
Atenas, hasta ahora era un nombre para mí, una hondura de la que manaban los mitos y, con ellos, mis sueños. Hoy podré tocarla con las manos. Piedra gastada, sueño intacto dentro. Sócrates, Teseo, Pericles, Jasón, Aristóteles.
Y Heráclito. Oigo mi voz. Panta Re. Porque las cosas todas las timonea el rayo.


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Hay una Acrópolis inaccesible, una muralla de tiempo. Toda la luz fue un eco, cada día repite su escalada, remonta la lengua como un río tranquilo, bucea las palabras. Y lo que nos sorprende es arrancar la leyenda de las piedras, saber que fue verdad, que la sangre manaba ritualmente, que los sacrificios levantaban humaredas sagradas, como razonamientos.
Juzgamos el salto al logos con ojos prejuiciosos. También aquí hay dioses .


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Volando a El Cairo, 1999


Estás aquí aunque yo atraviese el cielo, el Mediterráneo; estás aquí aunque viaje al desierto, estás conmigo en este avión camino a Egipto, tu amor ya no me deja. Aunque me alejo sigues fulgurando. Te miro y tu luz me alcanza, como si estuviese contemplando las estrellas. Te veo, todo mi cuerpo te siente aquí, aunque me alejo. Tú hoy eres todo el amor. Como este mar es el mar y este momento el tiempo.


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Asuán

Nubia, donde los misterios del sol y de la sombra se miran a los ojos. Te miran. Un latido salvaje viene de África e insufla la pompa de las dinastías. Guerreros negros y delicadas adolescentes. La voz sonando, la risa, como agua en los cántaros. En los secretos se camufla el tintineo de los abalorios.
Coptos, el Islam, y una tela con un verso bordado que hoy en la calle te decía:
“Mírame, tú que pasas, yo soy la luna”.

Y luego perderse en los jardines, bajo esa Luna casi madura, bajo Venus y Marte cegadores, junto al agua de la fuente, donde volvía a imaginar el susurro de una voz, la de Keyyam:

“Luna de amor que no conociste el ocaso,
que te remontas una vez y otra vez por el cielo,
cuántas y cuántas veces volverás a buscarme
en el mismo jardín, y todo será inútil.”


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Templos

Sobrevive el amor antiguo y la divinidad a la sucesión de las profanaciones. Picaron los relieves con cincel y borraron el rostro de los dioses. Molieron los sillares, los grabaron con cruces. Ladronzuelos abordaban al faraón en su lento navegar por siglos y dinastías.
Despegaban las láminas de oro de los obeliscos. Entraban en las últimas tumbas jugándose la vida. Morían empalados.

Y todo finalmente se derrumba, pero el amor espera nuestro paso y se manifiesta. Yo miro con tus ojos para que tú lo veas. En un rincón, el perfil de Cleopatra y en otro las pinturas, un techo con estrellas y los graffiti de más de 150 años. En la magnificación del poder iba también un archipiélago de besos. Porque al pintor y al escultor, también al arquitecto, les subió el amor, el sabor de los besos, a la boca. Y el tiempo ha estado bebiendo esa belleza.

Pero hay restos que resisten.


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Imagino al profanador entrando en estos templos. Sin conocer el significado de los jeroglíficos. Sin capacidad para interpretar los relieves o el sentido de las piedras.
Entrar con nuestros dioses y demonios en el templo del otro. Si todo amor es tanto profanación como veneración. Entrar y ver el cielo por el techo hundido. Dejar un pensamiento junto a columnas desvencijadas. O querer la posesión, modificar, construir una mezquita o un ábside.

Todo añade, da igual, y el templo queda, crece, se abandona, se llena de belleza.



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Gran muestra Carthier-Bresson en BCN

Lo dice Nishitami, con ciega confianza: somos seres luminosos que se asoman levemente en la penumbra de la nada, en el borde de lo efímero… Tantos rostros revelados, en el laboratorio, los ojos de Pound en aquel callejón lúgubre de Venecia en los setenta. Los niños sevillanos jugando a la crueldad de vivir, riéndose, y tal vez fustigando al niño cojo, que huye espoleando sus muletas clavileñas. Las caras de la muerte, los rostros del dolor, bajo cielos amenazadores de nubes oscuras. La felicidad, leve como una llama, como la vela que ilumina una sonrisa…

La cámara ha registrado todo lo inútil de nuestros empeños, los trabajos y los días de este mundo insólito. Todo es un concierto de seres indefensos, desorientados y bellos en su propio deambular. Nada nos salva, porque no podemos ser salvados. La esperanza está candente en nuestra mirada viva, en la alegría o el odio, y todo humea a nuestro alrededor; todo lo incendiamos con los ojos, con el amor, con la negación, con los tambores de nuestro corazón. Todo se incendia y se derrumba, pero seguimos apareciendo entre las sombras, surgimos de la penumbra y volvemos a ella, llenos de momentos, memoria de una llama en el mar del tiempo…


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Roma, enero 2001


Posted by Hello

Campo dei Fiori

Ya viene el segundo hijo y se une al viaje. ¿Lo llamaremos Bruno?

La nieve cubrió el Campo dei Fiori el 6 de enero de 1985 con inocencia, encontramos la foto. Es el tiempo hecho copos que nos quita importancia. Si somos pavesas, me pregunto cómo la memoria puede conservar adentro el fuego, me pregunto si será algún otro elemento lo que importa.
Porque “tú sigues ardiendo luminoso”, dice de Giordano Bruno el poeta y no es el fuego lo que se recuerda, ni la memoria de un cuerpo encaramado en una estatua, oscuro.

Es el arder, en el error, en el cielo, como un sol sin sentido, calentando la vida; es la señal de lo que somos y de lo que fuimos. Pero lo que aún quema es la injusticia.

***

La crueldad, la inteligencia, el amor y el desorden laten con esta
ciudad.

Es la

R O M A
O......M
M......O
A M O R

de Ezra Pound, es toda aluvión. Un aluvión de incendios y de lápidas, un bosque de columnas que jamás toca el cielo, un rebaño de basílicas y catacumbas, un laberinto de mitreos y palacios agostados.

La lámina de oro del techo decorado de la Domus Aurea es hoy el grito de una gaviota. El imperio de Augusto vale hoy un beso (página patrocinada por Baci Peruggina).


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Me llevé los prismáticos de astronomía a la Sixtina

Miguel Ángel, la Sixtina, el desafío que vale una vida. Toda la vida, todo el horror y la hermosura están en los freschi. El techo es la perfección no cristalina ni fría, sino la que consigue el arte cuando irradia la vida misma.

Con prismáticos se puede ver tanto detalle, con la misma luz. Mi ojo y su ojo dinamitan el tiempo. A mi mano llega la arquitectura de unos labios, las ganas de tocar, el color de aquel ser cuyos rasgos se esconden. Hormigueo en las manos, agua en los ojos. Todo es inútil pero esto ya está en mi corazón y no me lo quitará nadie, el amor que sentí al contemplarlo, la necesidad de volar hasta la bóveda, la facultad de hacerlo, como los resurrectos de El Juicio Final.

Una espiral de levedad leva el ancla de mi corazón. Allí no está la Teología, sino algo aún más divino: la relación directa con el Creador. En la placidez de Adán al recibir el don de un Dios que escruta intrigado a su criatura.

No sólo nos cuenta el génesis, también lo ha comprendido. En su interior, igual que en su paleta, ha sido el caos abriéndose paso y separándose, ha sido la luz y su destello primero en lo más ciego de su corazón. Miguel Ángel ha separado los mundos y ha creado a imagen de su semejanza una criatura algo distinta de su molde.

Todo está vivo en esos muros. Vivo para que lo vivamos. Para vivir.

Y el estuco caerá, como el de la Domus Aurea. Porque está vivo acabará. No sin antes haber ardido en lo más profundo de las criaturas, las que lo hemos visto.

Arte y fuego: puedes arder en una noche en Campi dei Fiori o en las tranquilas orillas del tiempo que se asoman a la Capilla Sixtina como a una playa.


***

Iluminación en el Trastevere

Correr 3.000 kilómetros y entrar en una Chiesa, donde huele a incienso y los hombres cantan, frente a la imagen de un paraíso. La bóveda dorada multiplica sus cantos, los llena de matices y, a una orden sencilla, liturgia en el mar del tiempo, todos se dan la mano: la paz, contigo. Por un segundo así vale la pena una especie entera, pese a una historia de crímenes y sangre, de intrigas y deshonestidades. Por un segundo así viene otro niño al mundo, “y todo el mundo canta, y las flores se cogen ellas mismas” (de e. e. cummings)

Así fue hoy domingo, domenica, en la chiesa de Santa María in Trastevere. Bajo el ábside dorado de mosaicos, la emoción del hecho religioso, de una realidad humana de armonía que en algún momento es más que un deseo, es algo que florece, sin pretensiones, como una flor pequeña y olvidada.

Sólo queda persignarse, atrapar el momento, carpe diem sacral, y volver a la vida, a la plaza que es la vida, al laberinto de calles que el Trastevere encarna.

“Pero nosotros resistiremos,
haremos la pupila
un viejo arcón de plata
y siempre será selva
nuestra memoria”
(de Ángel García López)

***

Fiumichino a Barajas

Y ya de vuelta a casa. Volamos denoche: vivimos. Ver otra vez a Mario, que ya nombra las cosas, juega con las palabras y ríe y llora en la consciencia. Con cuatro años es una eternidad cada tarde. Y yo le pediría sólo un trozo, tan pequeño, cada tarde... Y eso que vengo de Roma, pero un imperio es sólo un suspiro y el mármol no alcanza la pureza del jugar y sorprenderse ante el mundo que, cada minuto, puede asaltar tus ojos.

¡¡¡Párpados arriba!!!

Y levantar la voluntad, como de cuatro años, algo más cada día y salir a la calle y guardar ese poquito de niño que nos salva, por siempre.

Por poco.


17 de septiembre de 2004

Isleta del Moro (Almería)

Corazón y desierto


Hoy llueve sobre el mar

inútilmente

algo en el mundo es más dulce




Foto de aquel día Posted by Hello