26 de enero de 2006

Troppo geniale

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"En el principio fue el Verbo. ¿Por qué, papá?", le preguntaba a un ausente Erland Josephson el hombrecito del cartel en la película Sacrificio, de Tarkovski.

Algunas preguntas esperan el milagro de arrancar nuevos brotes en un árbol seco. En mitad de la luz hay palabras así, existen silencios así en nuestra propia ceguera y esperas idénticas en nuestra desesperanza.

Una maravillosa entrevista con Erland Josephson, de Rafael Llano, entra en la profundidad de esta concepción del arte, propia de Tarkovski, sin que importe realmente el lenguaje que el artista utiliza. No abundan mucho en la farándula los actores capaces de una conversación con esa mezcla de concreción y altura, de experiencia y capacidad especulativa; claro que tampoco abundan quienes han trabajado junto a tamaños monstruos como son Bergman y Tarkovski. Cada uno a su modo, cambiaron el lenguaje cinematográfico. Josephson dice como si no tuviese importancia a Llano que el problema es que Tarkovski no empleaba la lógica narrativa, y por tanto es erróneo esperar un relato, una verdad, en sus filmes. Habla el actor de lógica poética, donde no es tanto el comprender como el sentir lo que importa, la experiencia que el espectador puede hacer íntima, suya y compartida, mientras contempla un filme como Nostalghia o Sacrificio. Y sentencia que su cine no ofrece respuestas, sólo reaviva el ascua de nuestras preguntas.

El cineasta ruso aparece retratado en la entrevista por alguien extraño y prójimo, por quien ha trabajado intensamente con él en la dificil cima -escarpada por la envidiosa censura comunista*- de su carrera. Y el retrato no es épico ni heroico, sino en extremo agudo y misterioso. Tarkovski aparece casi como un chamán. Por ejemplo, habla de cómo seleccionó, tras una larga búsqueda, el lugar donde se rodó la escena de la catastrofe, un callejón del centro de Estocolmo, con la cámara ubicada sobre un puente. Al parecer, una vez seleccionada la localización, el director comentó que sintió que aquel era un lugar perfecto para una catástrofe. A su modo, el tiempo le dio la razón, puesto que allí mismo, en ese callejón y desde ese mismo puente, un hombre asesinó poco tiempo después a Olof Palme. Uno recuerda entonces el libro Las enseñanzas de don Juan, en el que el chamán enseñaba primero cómo hallar un lugar, el lugar, a su sobrecivilizado aprendiz. Saber identificar un lugar con la intuición desplegada de una forma casi religiosa, algo parecido a lo que refiere Josephson de Tarkovski.

Basta con ver sus películas para intuir el papel de su cuasi panteísmo, su manera de retratar viva a la naturaleza con sus fuerzas comunicándose con nuestra inopia. Y de ahí al fuego, al relato que el actor sueco hace del incendio prematuro de la casa de Sacrificio, que no dejó tiempo para realizar la toma, y de cómo todo el equipo hizo suya la angustia, la abrasión interior del cineasta, con el fin de reconstruir la casa y rodar de nuevo una escena tan compleja como una coreografía de Nureyev, de un tirón.

Un hombre electrificado por el poder creador, así lo define Josephson. El cineasta, sin embargo, a pesar de teñir con su personalidad cuanto hacía y decía, sabía que la contención era una buena política con los actores, a los que dejaba gran libertad interpretativa, siempre que no cayesen en la soberana genialidad de los actores. Troppo geniale, les espetaba cuando tiraban de manual y se daban un festín interpretativo. Troppo geniale, les impelía a comedirse, a intimar con su soliloquio, en un guión nada cerrado pero que si estaba abierto lo estaba con todas las consecuencias: no podría invocar ningún prejuicio, si no que arrasaría en la intrigante e inescrutable verdad de los rostros. Josephson recuerda que Tarkovski decía que no sabemos siempre si los otros están tristes o contentos con sólo ver sus facciones.

Importa el amar, el conocer, y no su experiencia acumulada, no el haber amado, el haber conocido. Estas palabras, que son de un poema de Pasolini, vienen a mi mente cuando leo lo que relata el actor sueco sobre las indicaciones de Tarkovski para lograr esa intriga, ese misterio que el rostro del otro nos ofrece. Les pedía a sus actores que no revelaran el estado de ánimo para que el espectador tuviera todo el campo de la interpretación libre. Para invocar al espectador a su gran misterio, a su poema visual.

El tú es una distancia que no se mide ni en años luz. Es la distancia imposible, es la frontera ineluctable. Pensemos en nosotros o, con más perspectiva, y ayudados por el actor sueco, pensemos en Tarkovski, vital, gentil, misterioso; y en Bergman, liberador, atormentado, solidario.

Somos un mundo. Y aceptemos que todo mundo individual tiene varios polos. Su fuerza nos irradia en glaciaciones igual que en el deshielo. Y eso explica buena parte del arte y de la vida, de nuestro amor, guerra o sueño, por nuestra tierra, mar y aire.

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*Pista que agradecemos al blog de Quiñonero

21 de enero de 2006

Vuelta

Para salir del Paraíso siempre hemos precisado una excusa o tal vez una motivación: manzana o chismes de serpiente.

Para la nostalgia, nos bastan los ojos y el tacto.

¿Y si todo ello hubiera sido una decisión consciente? ¿Y si la lectura gnóstica del exilio y la Caída no estuviera tan lejos de la verdad?
Eso era el poema Adán, que hoy ha sido emparentado noblemente con Milton.

Tal vez es buena excusa para un regreso al Mester de Cibería, de Bloggería...

Tatara tatara tatara tataraversos del inglés que descubriréis en el enlace, emparentados en esa web del traductor del Paraíso Perdido con los tatara tatara tatara tataramisterios de El Bosco.

Qué escalofrío sentir la delicada pintura de ambas visiones, la del Jardín y la de una humana destrucción, junto a palabras y pesadillas evocadas por el primer hombre.

Porque tal vez, para volver, para recomenzar, siempre lo mejor es hacerlo desde el principio.