Una escritura y el rumbo de las cosas. Mensajes en botellas reflejados en los ojos de alguien. ¿Tus ojos?
25 de mayo de 2005
No se negocia que la vida es bella (crónica)
El despliegue policial junto al coche bomba
Pasaban quince minutos de las nueve y pasaba la vida por la calle de Alcalá. A la altura del colegio público Marqués de Suances, un coche patrulla de la Policía Nacional se atraviesa de pronto en la calzada y desvía el tráfico, desvía la vida que pasaba por allí, hacia la calle 25 de Septiembre.
Justo hoy, cosas de la vida, cumplía cuatro años mi hijo Bruno, que iba en el asiento de atrás más chulo que un ocho con su mochila nueva. «¿Qué pasa, papá?». No sé. Aún no sabíamos. Llegamos a su colegio. Poco después retumbó la gran explosión.
El humo, primero, sobre los edificios, bandera negra al viento. En el lugar del atentado, un escándalo de sirenas y alarmas, decenas de dotaciones policiales, ambulancias, bomberos y la gente con la mirada aterrada- como niños de cuatro años- en una mañana que el sol prometía preciosa y que ahora sobrevuela un helicóptero.
Los trabajadores de los edificios afectados se agolpan junto al cordón policial. Los evacuados informan a los que llegan sobre la intensa sacudida, sobre el olor a quemado, el tacto del miedo, «¡cabrones!», aún el corazón en llamas.
«Yo he sentido moverse todo», dice uno, «ha sido horrible». La humareda se vuelve blanquecina y cede hasta extinguirse. «Nos dijeron que saliéramos y a los dos minutos...», traga saliva un emigrante moreno. Preguntamos a un policía: ¿ha habido heridos? Suelta un «sí» helador y luego añade: «Pero creo que no muy graves». Y la imaginación pugna con la esperanza, porque tenemos sangre de sobra en la memoria.
La zona se va llenando de periodistas. De pronto la policía nos aleja más del lugar infausto, el lugar donde ETA quería sembrar la muerte, tan cerca de un colegio. Miedo a otra explosión. Pero hay tantas crónicas del atentado como personas lo contemplan. La gente se aferra al móvil como a un salvavidas, muchos cuentan lo que están viviendo o tranquilizan a sus próximos como a sí mismos.
Los nervios del primer momento van cediendo y se oyen las primeras quejas contra el Gobierno. Con inquietud, la palabra negociación llena varias conversaciones: «Si va a ser todo así...» Lo primero es sobrevivir -la vida es bella- y después manan los juicios de los vecinos más asustados o exaltados. Una anciana da dos pasos y grita: «La culpa es de este Gobierno, es el peor» y un ciudadano la corrige de canto: «Señora, ¿no ve que la culpa es de ETA?». Ella responde «¡El Gobierno es ETA!» -levanta los brazos, está indignada-, y es reconvenida: «¡No diga tonterías!». Todos nos miramos. Muy cerca dos perros se enzarzan a ladrido limpio. Los nervios afectan a todo bicho viviente.
Pero la vida es bella por la calle Alcalá, a pesar del cordón policial. Un viejo ciego y su mujer, su guía, avanzan lentos por la concurrida acera, tornan y desaparecen. El miedo no puede verse, y los vecinos quieren volver pronto a sus casas.
El sol ya nos deslumbra. La primera dotación de bomberos se retira antes de las once. Van en silencio, dentro del camión, con el rostro empapado. Y la vida es tan bella -como en la película de Benigni-, como para contarle a Bruno, de cuatro años, que aquella torre de humo negro la hizo el mago del tambor soplando sobre la gran tarta de su cumpleaños. Pero en la radio -algunos la llevan- sigue oyéndose insólita la palabra tregua, la otra torre del castillo de humo. De miedo.
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