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No necesita el cielo las palabras.
Pero el hombre nombra lo que existe, lo que piensa, recuerda o imagina;
tatúa los espacios: viento, pájaro, jornada.
¿Por qué infinito, por qué azul, por qué nube?
¿Por qué los signos en el juego de mirar
el mundo a ti y tú?
Leía hoy, al atardecer: "Galileo
Galilei escribió que el gran libro del universo está escrito en el lenguaje de las matemáticas -olvidando que el universo no es un libro,
que además hay que saber leerlo, y
que la lectura no es la cosa".
Repito: que la lectura no es la cosa... Words, words, words.
¡A comprender las cosas mismas! ¡A vivirlas! A ser con ellas y no sólo a pensarlas.
Hablaba Panikkar también de que necesitamos cura
para la nostalgia del paraíso perdido
y de la ironía de un Dios que puso delante del Edén a los querubines con espadas flameantes:
para que el hombre no cayera en la tentación
de regresar allí, dejando otra vez de ser humano.
El misterio eres tú y la manzana es la puerta.
Y levanté la vista del libro. Y sin querer algunas palabras, las que eran, se movieron al cielo
o el cielo las movía
y vino una sonrisa.
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Amor nunca se cansa de saber.
Y si el viento, o la luz, fuesen música y yo también lo fuera...
Si el atardecer fuese parte de mi contemplación...
Parte de mí: fasollasí.
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