Una escritura y el rumbo de las cosas. Mensajes en botellas reflejados en los ojos de alguien. ¿Tus ojos?
7 de marzo de 2005
onceeme
Todo nos lo recuerda. Reflejo de ventanas en el ordenador que mostraba una imagen de la fotosfera solar
¿Qué ha ocurrido? Todos instrumentalizamos el dolor. Aunque los que lo padecen están legitimados. Es su dolor, pueden equivocarse pero es suyo. Alguien no vuelve a casa cada noche, no está por las mañanas: un hijo, una hija, un marido, un brazo, una promesa. Toda víctima habla desde ese punto hiriente que nos abisma y nos explica. Es humano.
Pero ¿qué ha ocurrido?
Los demás, yo mismo, nos vemos con derecho a comentar el curso de la polémica. Pero no hay más curso que el de un río de muerte que dónde desemboca. ¿Y si no lo dejamos desembocar? Nuestras muertes, las muertes de los nuestros, son los ríos también que van a dar en la mar. Y el resto son mentes anegadas, directa o lejanamente, por el dolor, por la sinrazón.
Aparentemente a salvo, en una balsa disparatada, los discursos políticos y lo que es peor: su reflejo en la división entre las víctimas. Las unas y las otras. Las que murieron por ser blanco prefijado y las que murieron por ser blanco arbitrario. No puede ser. ¿Nadie recuerda ya lo que costó construir en España la solidaridad con la víctima? ¿Lo que nos cuesta todavía aclarar quién es el culpable?
Recuerdo de los primeros años ochenta. Muere un civil a manos de ETA. Comentario de una muchacha en la tele, una viandante, una mujer del pueblo: "Es que era una víctima inocente, porque no han matado un guardia civil o un soldado...." Ese discurso mefítico, mortífero, había desaparecido ya en España, gracias a Dios, salvo en los reservorios del nacionalismo radical, inhumano, que prefiere siempre saber que los hijos de puta son al menos nuestros hijos de puta y eso les tranquiliza no sé por qué.
Distinguir entre culpa y responsabilidad. Es lo fundamental. La culpa sólo es del que mata, del que decide matar, fijando o sorteando el objetivo. El resultado iguala: es muerte y sólo muerte. Las víctimas son muertos, las unas y las otras. Gente que no vuelve, recuerdos que además el tiempo amortece, porque hay que seguir viviendo, incluso con la muerte a cuestas, incluso partidos por el dolor.
Pero los partidos, los políticos, nada están sabiendo trasladarnos a nosotros, representarnos como ciudadanos de ese dolor capital, cuya cura precisa solamente unidad. Siguen arrojándose los despojos y clamando contra el discurso mortífero que todos ellos invocan suciamente y utilizan en un ejercicio de hipocresía moralmente deleznable.
La responsabilidad, eso sí atañe al político. Y cómo vamos a pedírsela a una clase política que no se comporta responsablemente, sino, en el fondo, culpablemente, porque busca culpas más que responsabilidades bajo promesa de pingües beneficios de opinión pública. Tal vez electorales. Unos no reconocen sus fallos pero buscan traidores y traiciones. Otros no reconocen el buque sectario que han botado y sólo quieren convertir en culpables, aniquilar políticamente, a los contrincantes.
En rigor, todo es inmoral en nuestros políticos sobre este asunto.
¿Y qué ocurrirá con las víctimas?
¿Después del aniversario volverán a ser la horrenda moneda de cambio político?
Me gustaría quemar lentamente estas palabras, como una vela.
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