
Si el lugar santo nos diese certidumbre... Pero no, no nos basta. Verídico o no, cierto o legado por la tradición, el lugar santo es trinchera en la ciudad eterna de la paz, en la que no paran de caer los templos y el cielo único, hermoso, convierte la fe en muralla, cuando no en un arbol en llamas.
Miro y me basta saber que este es el lugar en el que todo ocurrió: la maldición o el milagro. Poco me importa si fue en esta baldosa o en la calle de al lado. Aquí comienza el camino del sacrificio y de la epifanía.
Lo mismo ocurre cuando viajamos a Galilea. El lugar es una belleza que no roza la fe. Importa la bienaventuranza y no el púlpito desde el que se enunció. Fue allí, sí, pero confundir la palabra con las piedras es algo que sólo los torpes humanos, acostumbrados a tropezar tanto con ellas, con las mismas, repetimos. Mineralogía aplicable tanto al mito como al logos: ¿por qué tropezamos tanto con la misma palabra?
Y Dios en la de todos.

No hay comentarios:
Publicar un comentario