26 de mayo de 2006

(Gracias a Dios, no es sagrado)

Meir Shalev escribe y vive en hebreo, es parte de esta sociedad sitiada por el conflicto y por la historia. Y dice el autor en un encuentro con nosotros que la mentalidad israelí es muy diversa. Existe una mentalidad vital, mediterránea y hasta ultramoderna en Tel Aviv, que convive con otra más tradicional y a veces ultrarreligiosa en Jerusalén.

Shalev se inclina claramente por la primera, y dice con ironía: "Tel Aviv, gracias a Dios, no es sagrada". Tel Aviv es la ciudad siempre despierta, cultivada en conciertos, teatros, la ópera y hedonista en la libertad, la juventud y el ocio. Su expresión marca el futuro que las nuevas generaciones imponen a este país en el entorno de la civilización occidental.

Pero el escritor Shalev nos cuenta que nacio el mismo año que el Estado israelí, y que su infancia primera la pasó en un Kibutz del norte. A los once años su familia se mudó a Jerusalén, pero a un barrio obrero alejado sobre todo de la historia y la densa mezcolanza de creecias y poder.

Según su relato, en aquel barrio al que llegó había tres instituciones públicas destacadas: la escuela para ciegos, el manicomio y el orfanato. Pronto se acostumbró a tratar con personas mentalmente perturbadas, jugar con niños ciegos y conocer la tragedia de la orfandad. Y eso marcó su vivencia de la "cuidad eterna de la paz."

Con ironía nos relató que, para él, Jerusalén siempre será la ciudad un poco ciega, mentalmente perturbada y algo huérfana que conoció y que está gobernada por los muertos, por los nombres asociados a los templos, héroes bíblicos como Salomón, Abraham, David, Herodes... a cuya sombra se atiende "más que a la de los ciudadanos presentes".

Por contraste, Tel Aviv "está gobernada por y para los vivos y, gracias a Dios, no es sagrada..." dice.

Shalev insiste en buscar la síntesis como apuesta de futuro. Porque incluso para él, que cree en Tel Aviv como proyecto social, esta ciudad está, a su modo, huérfana de espiritualidad, algo que Jerusalén complementaría si la política dejase de mezclarse con los asuntos de la cultura y la fe. Y de poder, cabe añadir. Pero está seguro de que habrá que tenerla en cuenta.

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