Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931) se bajó del tren en Chamartín, procedente de León, ayer (viernes, 11-5-06) a las 15:40. Caminaba despacio por el andén y allí se abrazó a su hija Amelia. No hacía ni dos horas que sabía por una llamada al móvil que era el ganador del premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana de este año. «Desde que me lo han dicho, traté de seguir trabajando pero esto no paraba de sonar...», dice señalando al teléfono móvil, con la batería exangüe, y se lo entrega a Amelia.
Tiene su enjundia que Gamoneda conociese la gloria del premio de Patrimonio Nacional subido a un tren, en medio del camino a Madrid. Ahora sabe que el jurado ha destacado en su obra «la señal explícita de una tradición escondida, asociada a la tierra y la vivencia» y que le considera «ajeno a las habituales clasificaciones generacionales», y «de hondura inigualable». No en vano se impuso en la reñida votación final a Blanca Varela y Francisco Brines. El jurado lo ha presidido Yago Pico de Coaña, presidente de Patrimonio, y lo forman Juan Gelman, José Saramago, Josefina Aldecoa, Humberto López Morales, Santiago Castelo, Enrique Battaner y Anna Caballé, entre otros.
Estamos en una estación y la poesía parece un paso a nivel, intenso e inesperado, cuyas vías no sabemos dónde llevan. Y las palabras son traviesas. El caso es que ganó Gamoneda, aunque es poeta del olvido y la pérdida, cuando venía a Madrid a acompañar a Gelman, premiado el año anterior, en la entrega del galardón y en el recital junto a Caballero Bonald y a Boccanera. Ahora asume el premio con alegría pero sin excitación, según confiesa mientras la megafonía anuncia un tren, tal vez poético, que salió de Tres Cantos.
Chamartín es un hervidero de idas y venidas a esa hora de la tarde. Cada uno, con sus maletas o con sus pensamientos, busca un destino. Nosotros buscamos un lugar donde sentarnos y conversar. Gamoneda nos comenta que piensa recitar en Palacio versos del último libro, dedicado a su nieta Cecilia, «lo he elegido porque lo quiero especialmente. Es el último y, además, es el más delgado».
—¿Ligero de equipaje?
—Sí, sí, claro. Ligero de equipaje.
«Cecilia» (incluido en «Esta luz» Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg) es un libro en el que la mirada del viejo poeta se asombra con la vida recién llegada: «Bajo los sauces/ yo te llevo en mis brazos y te siento vivir./ Después salimos a la luz y, por primera vez,/ tú ves el cielo y lo señalas y lo nombras./ Es verdad, en el extremo de tus manos,/ el cielo es grande y azul».
—El premio le permite hacer balance: ¿cómo ve desde aquí su obra?
—Mi obra podría ser mejor, y soy muy crítico con mi poesía de juventud, en particular. Ahora creo que no me queda ya mucho tiempo, soy mayorcito, pero es que incluso la poesía nos abandona y nos quedamos sin ella. No me quedarán muchos libros por escribir.
—¿Qué escribe estos días?
—Hace cuatro o cinco meses que no escribo ni un solo poema. Estoy con mis memorias de infancia, que en la primera entrega llegarán hasta los 14 años.
—¿Por qué hay una palabra poética?
—La palabra poética cogida de la mano del pensamiento poético es una palabra anormal, una palabra que no es de carácter informativo, ni descriptivo, sino de creación y de revelación, incluso, de lo que el poeta sabe, aunque no sabe que lo sabe.
—Se dice que con los años su estilo ha llegado a una gran desnudez.
—No me preocupa el estilo y no me paro a pensar si estoy en la sencillez o, como algunos me reprochan, en una actitud hermética. Mi escritura es una forma de necesidad y se plantea sin que yo la programe, se programa solita.
—¿Por qué algunos dictaminan sobre lo que es la poesía y lo que no?
—Quizá porque desconocen la verdadera causa y finalidad de la poesía y entienden que se trata sólo de palabra ornamentada. ¡No! Su causa y finalidad es la creación de un placer y, aun cuando se refiera a realidades conocidas, un valor al que acompaña algo que se desconoce y se revela.
—Si se encontrase hoy con el Gamoneda de 18 años, ¿le aconsejaría?
—No le daría ningún consejo. Todos tenemos que atravesar el terreno del error, que puede durar incluso hasta la propia actualidad. Es que vivimos sobre el error, y ya Juan de Yepes habló de un «no saber». De ahí deberíamos sacar algunas conclusiones.
A sí mismo no, pero a Cecilia, su nieta, le dijo ayer en voz alta como un palacio: «Con tu lengua atravesada por una ignorancia luminosa hablas de una flor invisible. Hablas de ti misma./ Nunca tuve en mis manos/ una flor invisible.»
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