Campo dei Fiori
Ya viene el segundo hijo y se une al viaje. ¿Lo llamaremos Bruno?
La nieve cubrió el Campo dei Fiori el 6 de enero de 1985 con inocencia, encontramos la foto. Es el tiempo hecho copos que nos quita importancia. Si somos pavesas, me pregunto cómo la memoria puede conservar adentro el fuego, me pregunto si será algún otro elemento lo que importa.
Porque “tú sigues ardiendo luminoso”, dice de Giordano Bruno el poeta y no es el fuego lo que se recuerda, ni la memoria de un cuerpo encaramado en una estatua, oscuro.
Es el arder, en el error, en el cielo, como un sol sin sentido, calentando la vida; es la señal de lo que somos y de lo que fuimos. Pero lo que aún quema es la injusticia.
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La crueldad, la inteligencia, el amor y el desorden laten con esta
ciudad.
Es la
R O M A
O......M
M......O
A M O R
de Ezra Pound, es toda aluvión. Un aluvión de incendios y de lápidas, un bosque de columnas que jamás toca el cielo, un rebaño de basílicas y catacumbas, un laberinto de mitreos y palacios agostados.
La lámina de oro del techo decorado de la Domus Aurea es hoy el grito de una gaviota. El imperio de Augusto vale hoy un beso (página patrocinada por Baci Peruggina).
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Me llevé los prismáticos de astronomía a la Sixtina
Miguel Ángel, la Sixtina, el desafío que vale una vida. Toda la vida, todo el horror y la hermosura están en los freschi. El techo es la perfección no cristalina ni fría, sino la que consigue el arte cuando irradia la vida misma.
Con prismáticos se puede ver tanto detalle, con la misma luz. Mi ojo y su ojo dinamitan el tiempo. A mi mano llega la arquitectura de unos labios, las ganas de tocar, el color de aquel ser cuyos rasgos se esconden. Hormigueo en las manos, agua en los ojos. Todo es inútil pero esto ya está en mi corazón y no me lo quitará nadie, el amor que sentí al contemplarlo, la necesidad de volar hasta la bóveda, la facultad de hacerlo, como los resurrectos de El Juicio Final.
Una espiral de levedad leva el ancla de mi corazón. Allí no está la Teología, sino algo aún más divino: la relación directa con el Creador. En la placidez de Adán al recibir el don de un Dios que escruta intrigado a su criatura.
No sólo nos cuenta el génesis, también lo ha comprendido. En su interior, igual que en su paleta, ha sido el caos abriéndose paso y separándose, ha sido la luz y su destello primero en lo más ciego de su corazón. Miguel Ángel ha separado los mundos y ha creado a imagen de su semejanza una criatura algo distinta de su molde.
Todo está vivo en esos muros. Vivo para que lo vivamos. Para vivir.
Y el estuco caerá, como el de la Domus Aurea. Porque está vivo acabará. No sin antes haber ardido en lo más profundo de las criaturas, las que lo hemos visto.
Arte y fuego: puedes arder en una noche en Campi dei Fiori o en las tranquilas orillas del tiempo que se asoman a la Capilla Sixtina como a una playa.
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Iluminación en el Trastevere
Correr 3.000 kilómetros y entrar en una Chiesa, donde huele a incienso y los hombres cantan, frente a la imagen de un paraíso. La bóveda dorada multiplica sus cantos, los llena de matices y, a una orden sencilla, liturgia en el mar del tiempo, todos se dan la mano: la paz, contigo. Por un segundo así vale la pena una especie entera, pese a una historia de crímenes y sangre, de intrigas y deshonestidades. Por un segundo así viene otro niño al mundo, “y todo el mundo canta, y las flores se cogen ellas mismas” (de e. e. cummings)
Así fue hoy domingo, domenica, en la chiesa de Santa María in Trastevere. Bajo el ábside dorado de mosaicos, la emoción del hecho religioso, de una realidad humana de armonía que en algún momento es más que un deseo, es algo que florece, sin pretensiones, como una flor pequeña y olvidada.
Sólo queda persignarse, atrapar el momento, carpe diem sacral, y volver a la vida, a la plaza que es la vida, al laberinto de calles que el Trastevere encarna.
haremos la pupila
un viejo arcón de plata
y siempre será selva
nuestra memoria”
(de Ángel García López)
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Fiumichino a Barajas
Y ya de vuelta a casa. Volamos denoche: vivimos. Ver otra vez a Mario, que ya nombra las cosas, juega con las palabras y ríe y llora en la consciencia. Con cuatro años es una eternidad cada tarde. Y yo le pediría sólo un trozo, tan pequeño, cada tarde... Y eso que vengo de Roma, pero un imperio es sólo un suspiro y el mármol no alcanza la pureza del jugar y sorprenderse ante el mundo que, cada minuto, puede asaltar tus ojos.
¡¡¡Párpados arriba!!!
Y levantar la voluntad, como de cuatro años, algo más cada día y salir a la calle y guardar ese poquito de niño que nos salva, por siempre.
Por poco.
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