Una escritura y el rumbo de las cosas. Mensajes en botellas reflejados en los ojos de alguien. ¿Tus ojos?
2 de febrero de 2006
Viceversos de Chema Madoz
Un poeta hace chocar palabras que nunca estuvieron juntas para abrirse paso a traves de la fronda del lenguaje y descubrirse y descubrirnos nuevas miradas al mundo. Chema Madoz es capaz de hacer lo mismo, pero con imágenes.
Muchas veces se le ha emparentado con el surrealismo, pero él no se conforma con esta visión. Ayer hablamos telefónicamente de ello. Nadie va a negar que su fotografía mana de la tradición de los ismos, que se emparenta con Man Ray y con Brossa, incluso con Ramón y sus greguerías, pero nada más lejos de su intención que, por un lado, el afán gritón y manifestario de los acérrimos surrealistas, y por el otro, la lógica del inconsciente.
Para el surrealista, el cartel es un grito en la pared: afirmación, alocución, aseveración, nunca conversación. Chema Madoz nos interroga, se interroga, tal vez y como mucho se anuda a la parte más sutil de un Magritte, a esa ventana que conserva el cielo en los cristales rotos, pero lo hace como un peldaño para llegar al límite y ponerlo en cuesión. No, la realidad no es tan somera como entonces, no es cierta como entonces, no está fija, no es fiable, y menos para el verdadero poeta.
Chema hablaba ayer, al otro lado del teléfono, de juego, de infancia, de duda... Y no se puede encasillar en el surrealismo a quien también construye instrumentos precarios -casi con un pie en el arte povera-, quien se esfuerza en concretar las intuiciones con objetos de la realidad más inmediata, manipulándolos poéticamente, haciéndolos hablar. Para ello se hace fontanero, carpintero y jardinero, y mezcla esos mil oficios durante un rato, mientras construye los objetos que luego retrata. Sus criaturas no son habitantes fantasmales del océano inconsciente, sino concreciones, piedras sencillas, porque se han quedado guardando la encrucijada de los símbolos, no han sido devoradas por ellos.
No trabaja con un mundo de sueños, él explora las fracturas de la realidad. Donde todos vemos tersura, el encuentra la grieta que ensambla el zapato con las raíces, el anzuelo con el corazón, la arena con el mar, el agua con el puzzle, el remo con el contrabajo, el taco de billar con el fusil de mira telescópica. La realidad que aceptamos con pereza como realidad él la injerta en la realidad que no queremos ver, que está en nuestras intenciones, en nuestras dudas, en nuestros sobreentendidos, en lo más íntimo de nosotros. Eso también le aleja del divertimento, del scherzo propio de los surrealistas, aunque no del humor, porque hay en su trabajo preguntas al sujeto y al objeto (¿quién eres? ¿qué hiciste de ti mismo?).
¿Un realismo? Tal vez, siempre que aprendamos a desconfiar de nuestras certidumbres, a romper la hipocresía con la que presuponemos el espacio de lo real. Ante la primera de estas ventanas, ante cada una de estas fotos, de estas puertas abiertas en el muro de lo que creíamos real y cerrado, ¿quién no se asoma entonces, quién no quiere escapar de la jaula cuyos barrotes han de limarse con las afiladas, frágiles dudas, pan nuestro de cada día?
En el fondo, no es una fuga. Porque la vida no es sueño; este mundo no lo es, definitivamente. Por ejemplo: el neurobiólogo Antonio Damasio ha documentado una mecánica de los sentimientos en el cerebro humano. Son manifestaciones que el científico describe con paciencia y meticulosidad y que revelan cómo somos. La separación de cuerpo y alma no es exacta. Somos seres de alambicados funcionamientos cuya relación con la carne es en parte espiritual, al menos no es unívoca, es biunívoca o hasta equívoca... y también viceversa. El amor es la metáfora de nuestro fuero carnal, pero el conjunto de sensaciones que llamamos consciencia no es ajeno a la información sobre los órganos que recolecta nuestro cerebro: Damasio lo explica
con estas palabras: no nos pensamos felices o tristes, nos sentimos de esos modos, lo cual incluye recuerdos, pensamientos, emociones y... mucha información sobre el ritmo cardiaco, la presión sanguínea y el nivel de determinadas sustancias en nuestra sangre. La unidad que somos incluye todo eso. Y ese hecho no nos resta humanidad, ni espiritualidad, ni raya nuestro misterio, nuestra naturaleza.
Las obras de Madoz son estos viceversos, estas idas y vueltas por el sentido de nuestros objetos, ese entrechocar las certidumbres hasta que nacen chispas que abren de par en par los muros de nuestra realidad, al igual que nuestro interior. Como en la cámara, el interior de la persona se impresiona con el mundo, por medio de un fogonazo como el que las fotografías de Chema Madoz muestran, un universo que tiene muchas más esquinas que las cuatro sabidas, más puntos cardinales que los que indica la brújula. Así el juego se complica y nos vuelve más porosos a sus efectos.
Gotea la sed sobre la arena y dibuja círculos (en una foto anterior los círculos secaban el reflejo del cielo sobre una película de agua -película o espejo), las constelaciones del planisferio se enredan en una tela de araña (cuando antes las estrellas eran puntos blancos en el esmalte de una sartén). Dialogan los dameros del ajedrez con las teclas blanquinegras del piano, y la música, que, como nosotros, es tiempo, se escribe con agujas de reloj o se tiende en las verjas de un arco ciego. Contemplación, movimiento, viaje, muchas miradas y viceversas...
Todo encuentra su acomodo, su sentido más profundo al remover la pereza de nuestra percepción. Como Alicia en el espejo, la cámara nos enseña el otro lado de nuestra incertidumbre, la maravilla que está hecha de libertad e imaginación. Como en la infancia, no olvidemos que la imaginación trabaja con la estricta realidad (de niños lo sabíamos), pero esa inocencia de una mirada sin dobleces ni prejuicios indaga hasta en las últimas habitaciones de la sangre, que diría Lorca. Lo difícil es concretarla en imágenes, no irse por los cerros de Úbeda.
Y aquí están esas concreciones. Algo diferente nos revelan estas fotos (y nunca mejor dicho). Estos viceversos (que son reverso de verso, no ayudantes de verso) hablan una lengua antigua, mítica, sabrosa, anterior a la religión de la razón, pero con un acento muy de hoy, de ahora. Hablan como los poemas y de sus palabras manan las fuentes de nuestro propio silencio.
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IMAGENES:
1 y 3, fotos "sin título" de Chema Madoz en la muestra de la Fundación Telefónica que puede verse hasta el 21 de mayo
2: FOTO DE UN SOL/TELA DE ARAÑA, CONSTRUIDO CON ESCALERAS DE MANO POR EL ARTISTA
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1 comentario:
Impresionante
(Y bienvenido)
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