Como los historiadores de la antigüedad, que dejaban páginas en blanco en previsión de acontecimientos de los que no hubieran tenido noticia.
Un blanco similar sería preciso entre miradas -metáfora es el blanco de los ojos- incluso en el espejo, en previsión de lugares de los-otros y nos-otros que están sin cartografiar.
Mapas con silencios, islas sin nombre aún.
El anuncio de un descubrimiento tiene algo de soberbia. El conocimiento se convierte así también en falta de modestia. Conocer la belleza no aporta nada a la belleza. Es sólo a nosotros a quien ese conocimiento permite crecer. Pero no en ego.
La belleza del mundo, la belleza de ti, la belleza del aire, la belleza del canto. Cuando los descubrimos y lo anunciamos, estamos a esto (junto los dedos índice y pulgar) de la vanagloria. Casi siempre.
Me llamaré viernes.
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