26 de septiembre de 2004

Volando a Londres, vísperas de Arabia, Febrero de 2001

Voy leyendo poesía, para quitarle, pelarle las escamas al frío de este viaje. El frío de lo protocolario, danza de hielo principesco, del simio que juega con su cetro -fémur roto- y lo lanza para escribir en el cielo los signos de su poder ostentoso. Más que viaje es un cortejo, de príncipes que se reúnen en Ryad.
Leo poesía, voy con Valente y sigo el camino que dejó, sus migas de pulgarcito, el esqueleto de su viaje y de su mundo, en este libro de Anatomía de la palabra, oh dioses, sencillamente eso, el bisturí paciente y la mano sabia: órganos, nervios, músculos, vasos, corazón y todo extendido como alfombra ante los ojos, como se da infinita y hermosa. Para que luego te diga no, no es esto, sino la música, latido; no su sonido , sino conciencia de su flujo; no es la sangre, sino su potencia: circular, circundar, secarse, derramarse. Anatomía: palabra es anuncio de la Sed.
Y vuelvo a lo de siempre, a ese lugar perdido donde hallar fuerzas ante mis fracturas. Y vengo de ver un milagro, la cara de Bruno en la ecografía, así que el desierto no me deslumbrará. Aún está en el limo, dentro del verde y grande y profundo ojo de Dios, que dice Valente, nadando como un pez sólo intuido, aún dispuesto a llenarnos de luz.
A luz. Decir a luz en este mundo oscuro donde caminamos.
De la ecografía al avión, apenas unas horas. Veo la costa como una constelación. Es Londres, estuario, todo aún Tierra Baldía, esperando la luz de cada día, tierra esperando siempre, mientras el sol se apaga...

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