20 de abril de 2005

Ecumene


El mundo habitado no nos comprende.

Tampoco nos comprendían bien los ingenuos mapas de la primera edad media que mostraban el mundo circundado por un redondel, por una O de mar, y dividido en continentes por una T de aguas, por la que discurrían el Nilo y el Mediterráneo. Dentro de esas dos figuras –OT- se situaba entonces el mundo habitado, la Ecumene, y aquellos mapas servían para contemplar el reparto evangelizador de los apóstoles, los lugares a los que cada uno había arribado. Por eso son los primeros mapamundis del orbe cristiano y como tales figuran en los maravillosos libros iluminados de aquellos siglos.

La oscuridad de los siglos no está detrás de los Beatos iluminados. Es la misma oscuridad de entonces, de nuestro presente y de los inciertos tiempos por llegar. Mientras el mundo habitado duerme, mientras cada ciudad duerme, el hombre cavila su destino. Porque compartimos un pasado simbólico remoto que nos lleva a las primeras luces sobre lo que somos (y por eso el link rupestre asociado a este post). El despertar de la conciencia en los bisontes de Altamira o la venus de Willendorf tiene ese origen simbólico del que desde hace tanto tiempo pretendemos ser exorcizados. Sin éxito.

Hoy somos capaces del alarde tecnológico de la exactitud y gracias a ella fotografiamos nuestra noche oscura, pero ¿la contemplamos? Ya Heráclito nos dijo “también aquí hay dioses” junto al fuego de la razón. Mientras las ciudades duermen, el mundo habitado no nos comprende.

Todavía hoy no estamos comprendidos en él. Nuestra exactitud es muy frágil aún ante la realidad humana, ante nuestro amor, o nuestro odio, ante nuestra conciencia atávica.

No estamos comprendidos por el mundo. Y ese sentimiento es mutuo.

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