30 de marzo de 2005

Llamando a las puertas de Orión




Por MANUEL DE LA FUENTE

Antonio Vega vuelve a abrirnos sus puertas. Y lo hace, como siempre, a su manera. No de par en par, sino permitiendo que nos colemos, a través de una rendija, en su jardín extranjero, en su querida tierra de Orión, en su desordenada habitación, la misma donde transcurrieron las «Tres mil noches con Marga» a las que dedica su nuevo disco. Marga, «Margarita del Río Reyes, la mujer que me lo dio todo por nada y a la que he consagrado mi vida entera. Lo que me quede de ella.»

Una vez más, Antonio ha hecho su peculiar travesía del desierto, como un peregrino despojado de todo lujo, de toda alforja superflua. No es fácil adentrarse en el agreste paisaje que ofrece Antonio Vega en estas «3.000 noches», en esta hermosa y arriesgada vigilia musical. Conviene caminar por este bosque como Pulgarcito, y dejar unas migas a nuestro paso para poder regresar a este mundo, porque en muchos momentos, momentos estelares, la música de Antonio (como algunas de sus últimas actuaciones) está rodeada por un halo de irrealidad, de extraños misticismos y cábalas que sólo él puede a buen seguro descifrar. Si es que a estas alturas le interesa.

Sus letras siguen siendo muy personales y todavía más intransferibles: «Pasa el otoño en Madrid, vuelven recuerdos de invierno pasados junto a ti ... atados manos y pies al corazón que fui fiel ojalá me condenaran a la niñez» y el cóctel musical es generoso, casi apabullante. Hay guitarras que parecen sonar como las de los últimos Wilco, un órgano farfisa que rezuma olor a sur, incluso a medina y a azahara, en «Pueblos blancos», y más guitarras que dibujan arabescos, quizá porque Antonio recuerda que sé de un lugar, aquella perla trianera. Hay un típico arranque a lo Nacha, guitarras de hace años de chicas y días y noches de ayer, en «Ángel de Orión».

Vega recorre una y otra vez (ocho minutos) sus «Caminos infinitos», con el solo de guitarra más desconsolado de toda la carrera musical de Antonio, espasmos electrónicos, dolor intenso, intensísimo, en una reivindicación de su guitarra en astillero como su lanza de magia y precisión contra los gigantes del sufrimiento. Luego el paseo por un pequeño cabaret donde ejerce ejerce de crooner buscando a ritmo de swing «Sombras en la pared», o la ironía de base funky en «Un día y otro» («hoy me han dicho dos o tres lo que tengo que hacer... qué mal te veo estás mucho peor que ayer...»), la belleza descarnada de «Te espero» («te espero porque en el tintero se quedó la promesa de un mundo mejor, te espero...»), y el instrumental «3.000 noches con Marga», donde sobre las teclas Antonio Vega balbucea como un niño que juguetea sobre un xilófono, como una cajita de música en la que la bailarina, Marga, ya no está.

A estas alturas, la música de Antonio Vega tiene la belleza del páramo, de la estepa, de un árbol de invierno. Son las canciones de un huérfano, las canciones del que ni va ni viene, sólo espera, que alguien le llame desde las estrellas. Las canciones de un ángel caído llamando a las puertas del cielo, llamando a las puertas de Orión.

2 comentarios:

Iñigo dijo...

Hace tres días murió Antonio, que probablemente esté ya en Orión.
Hace poco más de un año lo escuché por primera vez en el cd 3000 noches con Marga -aparecía escrito en la etiqueta "3000 Moeliom Majge" por efecto de algún teclado de ordenador configurado en lengua de algún país del Este-. El cd lo había conseguido en el top manta de madrid mi novia que me lo regaló cuando vino de visita a Donostia. Y me quedé prendado de Antonio, por su capacidad y fuerza de sugerencia como músico y poeta. Y ahora buscando alguna referencia en la red, me encuentro con este saludo al disco, que viene ahora a ser un homenaje a Antonio. Un placer poder leerlo!

Unknown dijo...

De las cosas màs bonitas que he leído sobre Antonio. Qué gustazo escribir así!